Visión Espiritual
por T. Asutin-Sparks

CAPITULO UNO

EL HOMBRE DE OJOS ABIERTOS

“Entonces Jehová abrió los ojos de Balaam, y vio al ángel de Jehová que estaba en el camino...” (Núm. 22:31)
“Dijo Balaam hijo de Beor, y dijo el hombre de ojos abiertos... Caído pero abiertos sus ojos.” (Núm. 24:3b y 4b,
“Entonces vinieron a Jericó; y al salir de Jericó él y sus discípulos y una gran multitud, Bartimeo el ciego hijo de Timeo, estaba sentado junto al camino mendigando... Respondiendo Jesús le dijo ¿qué quieres que te haga? Y el ciego le dijo: Maestro, que recobre la vista. Y Jesús le dijo: Vete, tu fe te ha salvado. Y en seguida recobró la vista y seguía a Jesús en el camino.” (Mr. 10:46,51,52)
“Entonces tomando la mano del ciego le sacó fuera de la aldea; y escupiendo en sus ojos, le puso las manos encima, y le preguntó si veía algo. Él mirando, dijo: Veo a los hombres como árboles, pero los veo que andan. Luego le puso otra vez las manos sobre los ojos y le hizo que mirase; y fue restablecido, y vio de lejos y claramente a todos.” (Mr. 8:23-25)
“Al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento... y le dijo: ve a lavarte en el estanque de Siloé... Fue entonces y se lavó y regresó viendo... Entonces él respondió y dijo: si es pecador no lo sé; una cosa sé, que habiendo yo sido ciego ahora veo.” (Jn. 9:1,7,25)
“... Para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él, alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cual es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos.” (Ef. 1:1 7,18)
"Por tanto yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y vestiduras blancas para vestirte y que no se descubra la vergüenza de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio para que veas.” (Apoc. 3:18).
“Para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz .y de la potestad de Satanás a Dios; para que reciban por la fe que es en mí perdón de pecados y herencia entre los santificados.” (Hch, 26:18).

Creo que la expresión usada por Balaam es muy apropiada para encabezar nuestra presente meditación: “el hombre de ojos abiertos”.

La enfermedad esencial de nuestro tiempo

Cuando contemplamos el estado de cosas en el mundo de hoy, nos impresiona y nos oprime profundamente la persistente enfermedad de su ceguera espiritual. Es la enfermedad esencial de nuestro tiempo. No andaremos muy descaminados si decimos que la mayoría de los problemas que padece el mundo, si no todos, pueden trazarse hasta la misma raíz: la ceguera . Las masas están ciegas; no hay duda de ello. En días que se suponen de iluminación sin igual, las masas están ciegas. Los dirigentes están ciegos. Ciegos guías de ciegos. Pero, en gran medida, lo mismo es cierto en relación con el pueblo de Dios. Hablando en general, en el día de hoy los cristianos están realmente ciegos.

Un examen general del terreno de la ceguera espiritual

Los textos que acabamos de leer cubren una buena medida, sino todo, el terreno de la ceguera espiritual. Primero están aquellos que nunca han visto: los que nacieron ciegos.
Luego están aquellos que han recibido visión, pero no ven ni demasiado, ni con mucha claridad - “Hombres como árboles que andan” – pero que llegarán a ver más perfectamente mediante una posterior obra de gracia.
Luego están los que tienen una visión clara y verdadera, para los cuales, no obstante, todavía una gran región de los pensamientos y propósitos de Dios permanece en la oscuridad, esperando una obra más completa del Espíritu Santo. “Para que os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él, alumbrando los ojos de vuestro entendimiento para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos, y cuál la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos...”. Estas palabras se dirigen a personas que tienen la facultad de la visión, en quienes la mencionada región de significados divinos aún espera por una obra más completa del Espíritu Santo en el campo de la visión espiritual.
Después, de nuevo, tenemos a los que han visto y han seguido, pero que han perdido su visión espiritual. Estos poseyeron visión alguna vez, pero que ahora están ciegos, con un lamentable factor añadido: creen que ven y están ciegos a su propia ceguera. Esta era la tragedia de Laodicea.
Luego están las dos clases que hemos citado, representadas por Balaam y Saulo de Tarso. Balaam, cegado por la ganancia, o la perspectiva de ganancia, estaba tan poseído con la cuestión de las ganancias y las pérdidas como para estar ciego en cuanto a los grandes pensamientos y propósitos de Dios. Era tan incapaz de ver al Señor mismo en el camino, que llegó casi a punto de quedar tirado en él. El texto es muy claro en este punto. Balaam no vio al Señor hasta que el mismo Señor abrió sus ojos; sólo entonces lo vio: “El ángel del Señor.” Esta es la manera en que el texto lo expresa. Apenas tengo dudas de que se trata del mismo Señor. Después vio. Más tarde Balaam hizo esta doble declaración sobre el asunto - “El hombre de ojos abiertos”, “Caído pero abiertos sus ojos”. Este es Balaam, un hombre cegado por consideraciones de carácter y naturaleza personal, sobre cómo le afectarían a él las cosas. Y cuán cegadoras son este tipo de consideraciones cuando tratamos con asuntos espirituales. En el momento en que tu o yo nos detenemos en esta pregunta (¿cómo me afectaría a mí tal o cual cosa?) estamos en un grave peligro. Si alguna vez, por un momento, permitimos que nos influyan cuestiones como: ¿Cómo me afectará tal cosa? o ¿Cuánto me costará esto? ¿Qué voy a ganar o perder a través de esto?, daremos ocasión a que la oscuridad tome posesión de nuestros corazones, y estaremos en el camino de Balaam.
Por otra parte, tenemos a Saulo de Tarso. No hay ninguna duda sobre su ceguera. La suya era la ceguera de su mismo celo religioso por Dios, por la tradición, por la religión histórica, y por lo establecido y aceptado en el mundo religioso. Era un celo ciego, acerca del cual tuvo que decir más adelante: “Yo ciertamente había creído mi deber hacer muchas cosas contra el nombre de Jesús de Nazaret” (Hch. 26:9). “Había creído mi deber.” Qué tremendo giro tuvo lugar cuando descubrió que lo que había creído y considerado apasionadamente como su deber para agradar a Dios y satisfacer su propia conciencia, era completa y diametralmente opuesto a Dios y el camino correcto de la verdad. ¡Qué ceguera! Ciertamente Saulo está ahí como una permanente advertencia para todos nosotros de que tener celo por algo no prueba necesariamente que ese algo sea correcto, ni que estamos en el buen camino. Nuestro celo puede ser algo que en sí mismo nos ciega y nuestra devoción a la tradición puede ser nuestra ceguera.
Creo que los ojos ocupan un lugar muy importante en la vida de Pablo. Cuando sus ojos fueron abiertos espiritualmente, sus ojos naturales fueron cegados. Y podemos usar esto como una metáfora. En las cosas de Dios el uso excesivo de los ojos naturales puede ser una indicación de cuan ciegos estamos; y puede ser que, cuando estos ojos naturales se cierren para lo religioso, entonces, y sólo entonces, veamos algo. Aquello que estorba en mucha gente la capacidad de ver realmente, es el ver demasiado pero en una dirección equivocada. Ven sólo con los sentidos naturales, las facultades naturales de la razón, el intelecto y la educación, y todo esto es un obstáculo. El ejemplo de Pablo nos dice que, a veces, para ver realmente es necesario que seamos cegados. Es evidente que esta experiencia dejó su marca en él del mismo modo que el dedo del Señor la dejó sobre Jacob por el resto de sus días. Pablo fue a Galacia y más tarde les escribió a los gálatas; y les dijo: “Porque yo os doy testimonio de que si hubieseis podido os hubieseis sacado vuestros ojos para dármelos.” Para expresar que los gálatas notaron su aflicción y percibieron aquella marca que tenía desde el camino a Damasco, por lo que llegaron a sentir el deseo de sacarse sus mismos ojos para él, si acaso esto hubiese sido de algún modo posible. Pero es maravilloso notar que la comisión recibida cuando fue cegado físicamente en el camino a Damasco, estaba enteramente relacionada con los ojos. El estaba ciego y le llevaron de la mano hasta Damasco. Pero el Señor le había dicho en aquella hora: “...A quienes ahora te envío para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz y de la potestad de Satanás a Dios.”
Estos pasajes tienen un mensaje para nosotros, aunque cubren el terreno de la vista espiritual de un modo todavía muy general. Existen, por supuesto, bastantes detalles más específicos, pero por ahora no nos proponemos buscarlos. Vamos a seguir con esta consideración general.

La vista espiritual es siempre un milagro

Cuando hayamos cubierto todo el terreno de manera general, regresaremos para notar un rasgo particular y peculiar en cada caso: que la visión espiritual es siempre un milagro. Este hecho trae consigo el pleno significado de la venida del hijo de Dios a este mundo. La misma justificación para la venida del Señor Jesucristo a este mundo se encuentra en lo que la Palabra de Dios da por sentado. Porque, es un hecho establecido por Dios mismo el que el hombre nace ahora ciego. “Yo la luz he venido al mundo” (Jn. 12:46); “Yo soy la Luz del mundo” (Jn. 9:5). Como bien sabemos, esta declaración es hecha en la sección del evangelio de Juan donde el Señor Jesucristo esta tratando con el tema de la ceguera: “Mientras estoy en el mundo, Luz soy del mundo”, y esto queda ilustrado cuando trata con el ciego de nacimiento.
De modo que la visión espiritual es siempre un milagro del cielo. Esto significa que aquel que en verdad ve espiritualmente, ha experimentado un milagro justo en el fundamento de su vida. Toda su vida espiritual brota de un milagro: el milagro de habérsele impartido vida a ojos que nunca han visto. Es justamente aquí donde comienza la vida espiritual: viendo.
Y cualquiera que predica ha de tener registrado este milagro en su historia personal. El predicador mismo depende por completo de que este mismo milagro se produzca también en todo aquel que lo escucha. Es aquí donde llega a estar tan indefenso y donde también se llega a ser tan “necio.” Quizá sea aquí donde, en cierto sentido, encontramos la “locura de la predicación.” Un hombre puede haber visto y puede predicar lo que ha visto, mientras ninguno de quienes lo escuchan ha visto o está viendo. De modo que está diciendo a los ciegos: “¡Ved!” y no ven. Está dependiendo por completo de que el Espíritu de Dios venga y lleve a cabo un milagro en ese momento y lugar. A no ser que este milagro se lleve a cabo, su predicación será vana en cuanto al efecto deseado. No sé lo que dices cuando llegas a una reunión e inclinas tu cabeza en oración, pero déjame hacerte una sugerencia. Puede ser que el que vaya a dar la predicación o la enseñanza haya recibido su mensaje como fruto del milagro de la iluminación, y aún así puede ser que tu te lo pierdas todo. La sugerencia es que siempre, en todo momento, le pidas al Espíritu Santo que obre en ti este milagro nuevamente, en esa hora precisa, para que puedas ver.
Pero vayamos mas allá. Cada medida de nueva visión es una obra del cielo. No es algo que se completa de una vez por todas. Para nosotros, es posible seguir viendo más y más plenamente, pero, con cada nuevo fragmento de verdad, esta obra que no está en nuestro poder de realización debe ser hecha de nuevo. La vida espiritual no es un milagro solamente en su comienzo; en el sentido en que estamos hablando, es un continuo milagro hasta el final. Esto es lo que surge de los pasajes que hemos leído. Puede que un hombre haya recibido un toque y aunque antes estaba ciego ahora ve. Sin embargo, al principio sólo ve un poco, tanto en profundidad como en alcance, y lo hace de manera imperfecta. Existe todavía una cierta medida de distorsión en su visión. Se requiere otro toque del cielo para que pueda verlo todo correctamente, perfectamente. Pero, incluso entonces, no se acaba el proceso, porque aquellos que están viendo las cosas correctamente, perfectamente, tienen todavía posibilidades en Dios para ver, dentro de esa medida, alcances todavía mayores. Sin embargo sigue siendo necesario el espíritu de sabiduría y revelación para conseguirlo. Todo el recorrido del camino se lleva a cabo desde el cielo. ¿Y quién lo conseguirá de otro modo? Porqué ¿No es la permanencia constante de este elemento milagroso lo que da a la verdadera vida espiritual su genuino valor?

El efecto de la pérdida de la vista espiritual

Llegamos entonces a esta palabra final. Perder la visión espiritual es perder el carácter sobrenatural de la vida espiritual y ello conduce al estado de Laodicea. Si deseas llegar al corazón de este asunto, es decir, del estado representado por Laodicea que no es ni frío ni caliente; ese estado que provoca las palabras del Señor: “Te vomitaré de mi boca.” Si deseas llegar al meollo y decir: ¿Por qué sucede esto? ¿Qué es lo que hay detrás de ello? Entonces, solo una cosa lo explica y es simplemente esta: ella ha perdido su carácter sobrenatural y ha descendido a la tierra. Se trata de algo religioso que ha salido de su esfera celestial. Y después tenemos la alusión correspondiente a los vencedores en Laodicea. “Al que venciere le daré que se siente conmigo en mi trono”. “Habéis descendido un largo trecho hasta la tierra, habéis perdido vuestro carácter celestial”. Sin embargo, en medio de tales condiciones existe todavía para los vencedores un lugar arriba, que expresa el pensamiento del Señor en oposición a esta condición. Perder la visión espiritual es perder el carácter sobrenatural de la vida espiritual. Cuando este carácter ha desaparecido, puedes ser todo lo religioso que quieras, pero, el Señor tiene sólo una palabra: compra colirio (para que veas); esta es tu urgente necesidad.

La necesidad de este tiempo

Esto nos lleva entonces a la necesidad de este tiempo, la necesidad que, por supuesto, es la necesidad de siempre, de cada hora, de cada día y de cada época. Pero, en nuestro tiempo nos volvemos cada vez mas conscientes de esta necesidad. En un sentido, podemos decir que nunca hubo un tiempo en que se necesitaran más personas que pudieran decir: “¡Veo!” Esta es la necesidad en este preciso momento. Es una necesidad grande y terrible y no habrá ninguna esperanza hasta tanto no se supla esta necesidad. La esperanza pende de este hecho, de que se levanten personas en este mundo, este oscuro, confuso, caótico, trágico y contradictorio mundo, personas que puedan decir: “¡Veo!” Si hoy se levantara un hombre que tuviera una posición influyente, que fuera tenido en consideración, un hombre que viera, ¡Qué nueva esperanza se levantaría con él! ¡Qué nueva perspectiva! Esta es la necesidad. No sé si esta necesidad será satisfecha de una manera pública, nacional o internacional, pero esta necesidad ha de ser satisfecha por personas sobre esta tierra que estén en esta posición y puedan decir realmente: “¡Veo!”
La cristiandad se ha convertido mayoritariamente en una tradición. La verdad se ha resuelto en verdades y se ha puesto en un Libro Azul, el Libro Azul de la Doctrina Evangélica, algo establecido y cercado. Estas son las doctrinas evangélicas. Ellas establecen los límites del cristianismo evangélico en la predicación y la enseñanza. Si, son presentadas en muchas y variadas maneras. Se sirven con interesantes y atractivas anécdotas e ilustraciones, y con estudiada originalidad y unicidad, de modo que las viejas verdades no sean demasiado obvias. Tienen ciertas posibilidades de hacerse entendibles gracias a los ropajes con que son vestidas. Mucho depende también de la habilidad y personalidad del predicador o maestro. La gente dice “¡Me gusta su estilo su manera de ser y de decir las cosas!” – y mucho depende de estas cosas. Sin embargo, cuando hemos quitado el ropaje, las historias, las anécdotas, las ilustraciones, y la personalidad y habilidad del predicador o maestro, cuando todo esto ha desaparecido tenemos sencillamente las mismas cosas de antes. Algunos de nosotros también venimos y superamos al último predicador en la manera de presentarlas para que estas cosas ganen alguna aceptación, causen alguna impresión. No creo que esto sea criticismo negativo, porque esto es sencillamente la realidad. Que nadie piense que estoy abogando por cambiar o por desechar las antiguas verdades.
Pero a lo que quiero llegar es a esto: no son nuevas verdades, no es el cambio de la verdad, pero es que hayan hombres quienes al presentar la verdad puedan ser reconocidos por los que escuchan como hombres que han visto. Esto marca la diferencia. No son hombres que hayan leído, estudiado y se hayan preparado, sino hombres que hayan visto, en los cuales se pueda encontrar ese elemento de asombro que encontramos en el hombre en Juan 9. “Si es pecador o no, no lo sé, una cosa sé, que antes era ciego y ahora veo.” Tú sabes si una persona ha visto o no, tú sabes de dónde viene y cómo ha venido. Esta es la necesidad: ese “algo,” ese indefinible “algo” que da como resultado el asombro y te lleva a decir: “¡Este hombre ha visto algo o esta mujer ha visto algo!” Es este factor de ver el que establece toda la diferencia.
Oh sí, es algo mucho más grande de lo que tú o yo hayamos podido todavía apreciar. Déjame decirte de inmediato que todo el infierno se une contra esto, y el hombre cuyos ojos han sido abiertos va a encontrarse con el infierno. Este hombre en Juan 9 tuvo que encararlo de inmediato. Le expulsaron, e incluso sus propios padres tenían temor de ponerse de su lado por razón del costo que ello implicaba. “Edad tiene, preguntadle a él.” "Sí, es nuestro hijo, pero no nos presionéis demasiado, no nos metáis en esto, id a él y aclararos con él, a nosotros dejadnos.” Vieron una luz roja de peligro, por lo que trataron de evitar el asunto. Ver tiene un costo, y puede llegar a costar todo. Esto es así debido al inmenso valor que el ver tiene para el Señor, en oposición a Satán, el dios de este siglo, que ha cegado los ojos de los incrédulos. Esto implica deshacer su obra. “Te envío para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz y del poder de Satanás a Dios.” Satán no va a soportar eso ni en el principio ni en ninguna medida. Ver es algo tremendo.
Pero, ¡qué gran necesidad tenemos hoy de hombres y mujeres que puedan afirmarse en la posición en que estaba este hombre y puedan decir: “Una cosa sé que habiendo sido ciego ahora veo!” Es algo grande estar ahí. No sé cuanto veo pero una cosa tengo muy clara, y es que veo. Es algo que no había sucedido antes. Con tal experiencia hay un impacto, una certificación. En la Palabra de Dios, la vida y la luz van siempre juntas. Si alguien realmente ve, hay vida y hay edificación. Si te está dando algo de segunda mano, estudiado, leído, preparado, no hay mas edificación en ello que, quizás, esa edificación temporal de la curiosidad, una fascinación pasajera. Pero no se encuentra esa vida real que hace que la gente viva.
De modo que no estoy abogando por cambiar la verdad o para que introduzcamos nuevas verdades, sino para que haya visión espiritual dentro de la verdad. “El Señor tiene todavía mucha luz y verdad que impartir desde su Palabra.” Esto es verdad. Dejadme en este punto aclarar algo que se dice de nosotros. No estamos buscando nueva revelación, ni tampoco decimos, ni sugerimos, ni insinuamos que podemos tener nada aparte de la Palabra de Dios. Sin embargo, sí reivindicamos que hay muchísimo en la Palabra que nunca hemos visto y que aún podemos ver. Ciertamente, todo el mundo está de acuerdo con esto y simplemente esto: necesitamos ver, y cuanto más vemos (vemos de verdad), tanto más desbordados nos sentimos en cuanto al todo. Nos sentimos así porque nos damos cuenta de que estamos en la frontera de aquella tierra donde las distancias son inmensas, la cual se extiende mucho más allá del poder y la experiencia de la breve vida humana.
Para terminar, quiero repetir que, en cada etapa, desde su inicio hasta su consumación, la vida espiritual lleva consigo este secreto: ¡Veo! Justo al principio, cuando nacemos de nuevo, esta debería ser nuestra espontánea expresión, la exclamación de vida. Nuestra vida cristiana ha de empezar ahí. Pero, a lo largo de todo el camino, hasta la consumación final, debe seguir ocurriendo esto mismo, la constante experiencia de este milagro, de modo que tu y yo nos mantengamos en esta esfera de asombro. Este elemento de asombro repitiéndose una y otra vez, como si nunca hubiéramos visto nada de nada. Lo hemos oído expresado del siguiente modo: “Lo que ha ocurrido ahora, por la gracia de Dios, ha eclipsado todo lo que ha acontecido hasta aquí, y es mas grande incluso que mi propia conversión.” Hemos oído esta manera de expresarlo, y no de boca de personas normales. Lo hemos oído de boca de líderes. ¡Hemos llegado a ver en una forma nueva! Ha de ser así.
Pero he de decir a la vez que, normalmente, a una nueva entrada del Espíritu de este modo le sigue el eclipse de todo lo que le ha precedido. Parece que el Señor ha de llevamos a este punto en que nos es necesario clamar: “¡ A no ser que el Señor muestre, a no ser que Él revele, a no ser que haga algo nuevo, todo lo que ha sido hasta ahora es como si nada, todo lo del pasado no me salvará ahora!” . De modo que nos dirige a un lugar oscuro, un tiempo oscuro. Sentimos que lo que queda en el pasado ha perdido la capacidad que tuvo en su día de hacermos optimistas, triunfantes. Esta es la manera que tiene el Señor de mantenemos avanzando. Si se nos permitiera estar perfectamente satisfechos con lo que hemos conseguido en cualquier etapa, sin sentir la absoluta necesidad de algo que nunca hemos experimentado ¿Avanzaríamos? ¡Por supuesto que no! Para mantenemos en marcha, el Señor ha de producir experiencias en las que nos sea absolutamente necesario verle y conocerle de una manera nueva, y ha de ser así a lo largo de todo el camino, hasta el fin. Puede que en el proceso en que el Señor abre nuestros ojos haya una serie de crisis en las que veamos y volvamos a ver una y otra vez hasta que podamos decir como nunca antes: “¡Veo!” De modo que lo que cuenta no es nuestro estudio, nuestro aprendizaje, nuestro conocimiento de libros, sino un espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de El, siendo iluminados los ojos de nuestros corazones. Es este ver lo que trae consigo la tan necesitada nota de autoridad. Este es el elemento, el rasgo que se necesita hoy. No es simplemente el ver por ver, sino ver para introducir una nueva nota de autoridad.
¿Dónde está hoy la voz de autoridad? ¿Dónde están quienes hablan con verdadera autoridad? En cada esfera de la vida estamos languideciendo de manera terrible por falta de esta voz de autoridad. La iglesia languidece por falta de voces de autoridad espiritual, por falta de esa nota profética: ¡Así dice el Señor! El mundo languidece por falta de autoridad, y esta autoridad acompaña sólo a quienes han visto. Hay mucha más autoridad en el testimonio del ciego de nacimiento cuando dijo: “Una cosa sé, que antes era ciego y ahora veo,” que la que había en todo Israel con toda su tradición y conocimiento. ¿No será esto mismo lo que había en Jesús que daba tanto peso a sus palabras? “Porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas” (Mt. 7:29). Esto es lo que despierta el odio. Los escribas eran la autoridad. Si alguien quería una interpretación de la Ley, iba a los escribas. Si querían saber cual era la posición autorizada respecto a algo, iban a los escribas. Pero El hablaba como quien tiene autoridad y no como los escribas. ¿De dónde emanaba esta autoridad? Simplemente que en todo el podía decir: “¡Lo sé!” No es lo que he leído, lo que se me ha dicho, lo que he estudiado sino esto: “¡Lo sé! ¡He visto!”
Que el Señor haga que todos seamos de aquellos que tienen ojos abiertos.

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