Visión Espiritual
por T. Austin-Sparks

CAPÍTULO SIETE

VIENDO LA GLORIA DE CRISTO COMO HIJO DEL HOMBRE

“Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo y por quién asimismo hizo el universo” (Heb. 1:1-2)
“Porque no sujetó a los ángeles el mundo venidero acerca del cual estamos hablando; pero alguien testificó en cierto lugar diciendo: ¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, o el hijo del hombre para que le visites? Le hiciste un poco menor que los ángeles, le coronaste de gloria y de honra, y le pusiste sobre las obras de tus manos; todo lo sujetaste bajo sus pies. Porque en cuanto le sujetó todas las cosas nada dejó que no le sea sujeto a él; pero todavía no vemos que todas las cosas le sean sujetas. Pero vemos a aquel que fue hecho un poco menor que los ángeles, a Jesús, coronado de gloria y de honra a causa del padecimiento de la muerte, para que por la gracia de Dios gustase la muerte por todos.
Porque convenía a Aquel por cuyas causas son todas las cosas, que habiendo de llevar muchos hijos a la gloria , perfeccionase por aflicciones al autor de la salvación de ellos. Porque el que santifica y los que son santificados de uno son todos; por lo cual no se avergüenza de llamarles hermanos, diciendo: Anunciaré a mis hermanos tu nombre, en medio de la congregación te alabaré. Y otra vez: Yo confiaré en él. Y de nuevo: He aquí yo y los hijos que Dios me dio.
Así que por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es al diablo, y librar a todos los que por el temor a la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre. Porque ciertamente no socorrió a los ángeles sino que socorrió a la descendencia de Abraham. Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo. Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado es poderoso para socorrer a los que son tentados. Por tanto hermanos santos, participantes del llamamiento celestial, considerad al apóstol y sumo sacerdote de nuestra profesión, Cristo Jesús.” (Heb 2:5-l8 3:l).
“Pero si nuestro evangelio está aún encubierto, entre los que se pierden está encubierto, en los cuales el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios.” (2 Cor. 4:3-4)
En nuestra anterior meditación estuvimos considerando la gloria y trascendencia de Cristo como Hijo de Dios, habiéndosele conferido las prerrogativas de Dios. Primeramente el poder de la vida, en segundo lugar el poder de la luz y por último el poder del señorío.
En esta meditación vamos a dedicarnos a otro aspecto de la gloria de Cristo, es decir, la gloria y peculiar trascendencia de Cristo como Hijo del Hombre. También aquí necesitamos visión espiritual. Si los hombres pudieran ver realmente, desde el punto de vista de Dios, con el propio conocimiento y entendimiento de Dios, al Señor Jesucristo como el Hijo del Hombre, todos los problemas de este mundo se resolverían. Porque en verdad, hay un sentido en que todos los problemas se resuelven cuando vemos. Y la solución de Dios es su Hijo. Que esta sea nuestra actitud y deseo: el ver a Jesús en el interior con los ojos del corazón iluminados, dándonos Dios espíritu de sabiduría y revelación en el conocimiento de él.
Permitidme expresar aquí una convicción personal. Creo que la carga de nuestros corazones debería ser ante todo que los ojos del pueblo de Dios sean abiertos. Si eso fuera así, ¡qué actitudes tan distintas se tomarían! ¡Cuán grandes posibilidades habría para Dios! ¡Cuántas cosas deshonrosas para el Señor desaparecerían! ¡Si sólo pudieran ver! ¡Oremos intensamente para que los ojos del pueblo de Dios sean abiertos! Y después, para que los ojos de los hombres sean abiertos en general, oremos que haya un ministerio que abra los ojos, como el de Pablo: “...a quienes te envío para que abras sus ojos, a fin de que se conviertan de las tinieblas a la luz.” (Hch. 26: 17-18). Oremos continuamente sobre estas líneas.

El arquetipo: una nueva humanidad

Creo que existen dos o tres aspectos en particular de Cristo como Hijo del Hombre. En primer lugar, éste es el título humano de Cristo y nos trae en principio el concepto de él como hombre, o como humanidad. Lo que es necesario que veamos en cuanto al Señor Jesús, es el significado divino de su humanidad. Como Hijo del Hombre, no es tan sólo que él haya venido a nuestro lado tomando carne y sangre haciéndose de este modo un hombre para simplemente estar aquí como un hombre entre hombres. No, esto no es todo. Mas aun, esta concepción es peligrosa y sólo nos permite adelantar hasta un cierto punto. Es cierto que él es hombre, cierto que ha participado de carne y sangre, pero hay una diferencia, una diferencia inmensa, infinita. Humanidad, pero no exactamente nuestra humanidad. La trascendencia de Cristo como Hijo del Hombre, es que él es el arquetipo de una nueva humanidad.
En el universo de Dios en este momento hay dos humanidades mientras que antes sólo había una. La humanidad Adámica era la única, pero ahora hay otra, una humanidad distinta, de carne y hueso pero sin la naturaleza pecaminosa de la otra humanidad. Sin nada de lo que ha apartado y separado a esa humanidad de Dios. Sin nada de lo que puso a esa humanidad bajo juicio de Dios. Una humanidad a la que Dios en su infinita perfección y santidad, puede mirar con complacencia y completa satisfacción. “Mi Hijo amado en el cual tengo complacencia.” (Mt 3: 17). Es un Hombre, pero tal hombre cual no es común entre los hombres, sino por completo distinto. Lo significativo de Cristo como Hijo del Hombre es que en él Dios ha comenzado una nueva humanidad de acuerdo con su propia mente y pensamientos perfectos. En su Hijo esta el arquetipo de esta nueva humanidad a la cual Dios va a modelar a toda una raza, “conforme a la imagen de su Hijo” (Rom. 8:29).
Cada vez que tu y yo, como pueblo de Dios nos reunimos alrededor de la mesa del Señor y tomamos el pan, estamos dando testimonio del hecho tremendo de que ahora somos todos de una pieza con él, como un nuevo tipo de humanidad; puesto que ese pan es Cristo entregado por nosotros para ser nuestra vida. Pero para ser esa vida que responde a las expectativas de un Dios perfectamente Santo, esa vida ha de estar libre de toda cosa corrupta, todo lo que este sujeto a corrupción: no debe de tener en sí elemento alguno de corrupción. Y así es Cristo. Su humanidad es incorrupta e incorruptible, y eso es lo que se nos da, de modo que en este acto de recibirlo y de la misma forma que la comida llega a formar parte de nosotros mismos, él llega a ser la misma base de esta vida interior, esta nueva creación que esta dentro de recibirlo, él es su misma vida, apoyo, sostenimiento y energía. El llega a ser para nosotros la base de una vida y de un ser completamente distintos.
La gran realidad acerca del verdadero cristiano es que él o ella están siendo progresivamente transformados en otro, esta llegando a ser alguien distinto. No es simple y solamente una cuestión de tener fe objetiva en Cristo como algo externo. Es mas que esto. Es vivir interiormente por Cristo.
De modo que Dios ha entrado en la esfera de la humanidad en la persona de su Hijo como representando un completamente nuevo orden, un nuevo orden de seres humanos y en virtud de una unión vital con Cristo está emergiendo una nueva raza, un nuevo orden. Una nueva clase de humanidad esta creciendo de manera secreta en un proceso que mira a “aquel día“ del que habla el apóstol en que tendrá lugar la manifestación de los Hijos de Dios. Entonces la maldición se disipará, y la creación misma será librada de la esclavitud de corrupción a la libertad gloriosa de los Hijos de Dios.
Lo importante ahora es la tremenda significación de la encamación, de la Palabra haciéndose carne y morando entre nosotros. La tremenda significación de Cristo como Hijo del Hombre en tanto que estableciendo entre los hombres un nuevo tipo de ser, una nueva clase y forma de humanidad. No hay ninguna esperanza para la creación excepto en este nuevo tipo, este nuevo orden. Si los hombres vieran esto, ¿no se resolverían todos los problemas de este tiempo? ¿De qué hablan? ¿Cuál es la gran fiase más común en los labios del hombre de hoy? No es un nuevo orden, un nuevo orden mundial? Están ciegos, hablan en la oscuridad: van a tientas, buscando algo, pero no ven. El único nuevo orden es el orden del Hijo del Hombre. La única esperanza para este mundo es que tenga lugar esta nueva creación en Cristo Jesús.

La verdad prefigurada en la historia de Israel

Podríamos hablar ampliamente sobre la humanidad del Señor Jesús. La Escritura contiene probablemente mucho mas de lo que piensas. Pero nota por favor que Dios ha puesto esto profundamente en el mismo fundamento de la historia. Toma a Israel como el gran objeto de instrucción de Dios para las edades pasadas - y su historia pasada sigue siendo todavía el gran libro de ilustraciones de los principios de Dios - y encontrarás que la misma vida nacional del Israel pasado estaba fundada sobre cosas que muestran la perfecta humanidad del Señor Jesús.
Ve al libro de Levítico, y toma aquellas fiestas. te darás cuenta de el lugar que la humanidad (la harina fina) tiene en aquellas sombras y tipos. Vemos que Dios ha dicho allí a través de ilustraciones que la vida del pueblo que va satisfacerlo se basa en una naturaleza, una humanidad, no la antigua y quebrantada humanidad de Adán, sino otra. En el mismo fundamento de la vida de tal pueblo, se establece esta realidad. Hay una humanidad que es perfecta e incorruptible. Y de estas fiestas ha de erradicarse cualquier sugerencia o sospecha de levadura, que simboliza la corrupción, el fermento de la vieja naturaleza. No tiene ningún lugar en la base de la vida de Israel en su relación con Dios.
Hay mucho que decir sobre todo esto, pero no vamos a hacer aquí una exploración exhaustiva del tema. Sólo quiero señalar el hecho de que la humanidad del Señor Jesús como Hijo del Hombre introduce una nueva clase, un nuevo tipo, un nuevo orden en el universo de Dios que sí satisface a Dios.
En esto yace el tremendo y maravilloso significado de nuestra unión con Cristo por la fe, llevándonos precisamente a lo que él es como aceptado por Dios. La consecuencia práctica de esto ha de ser que tu y yo abandonemos mas y mas el terreno del viejo Adán, de lo natural, nuestro terreno, y que permanezcamos en Cristo. Esto simplemente significa asirnos por fe a lo que él es, y dejar ir lo que somos, en ello Dios encuentra su complacencia. Si nos mantenemos en nuestro propio terreno, en lo que somos por naturaleza, y lo tomamos en consideración e intentamos hacer de ello algo bueno, o incluso si pasamos el tiempo deplorando lo miserable que es la vida natural, perderemos la gloria de Dios. La gloria de Dios se encuentra en otra humanidad. Vive en Cristo, ocúpate con Cristo, que tu fe se aferre con firmeza a Cristo, permanece en Cristo, la gloria se encuentra ahí. Es la gloria de Cristo como Hijo del Hombre. ¿Cuáles son las horas mas benditas y gloriosas de la experiencia cristiana? ¿No son las horas en que estamos contemplando absortos lo que es Cristo?

El pariente redentor

También, la gloria de Cristo como Hijo del Hombre se ve en él como pariente-redentor. Primero como arquetipo de una nueva humanidad, después, en segundo lugar como pariente-redentor. Seguro que en este punto tus pensamientos se han dirigido a este pequeño clásico, el libro de Ruth. No es necesario entrar en la historia de Ruth en detalle pero de esta historia brotan grandes verdades y principios de la actividad redentora del Señor.
El resumen de la historia es éste. La herencia se ha perdido. Llega el día en que la herencia se convierte en un asunto de seria preocupación para quienes la han perdido. En ellos hay solemnidad y tristeza. Se han dado cuenta de que han perdido el control y los derechos sobre la herencia y por ello están profundamente apesadumbrados. De acuerdo con la ley sólo hay una manera de “re-comprar” la herencia perdida y es a través de un pariente. Ha de ser un pariente varón, ha de ser de la familia, ha de tener el derecho de redimir, ha de tener también la capacidad de redimir y además ha de tener el deseo de hacerlo. Quienes perdieron la herencia y están ahora tan preocupados por su recuperación están buscando este pariente-redentor que tenga el derecho, la capacidad, los recursos y que desee redimir la herencia perdida. Ya sabéis como Ruth entra en contacto con Boaz, creyendo que él es el pariente-redentor y viendo que si tiene el deseo, los recursos no le faltan, descubre que Boaz no tiene el derecho por que hay otro pariente que está por delante de él legalmente. Por tanto ha de apelarse a quien tiene el derecho. Cuando se hace esto resulta que aquel, aunque tiene el derecho no tiene ni capacidad ni recursos, y por ello le pasa sus derechos a Boaz. De modo que al final Boaz es quien reúne por completo los requisitos para el asunto. Ahora tiene el derecho, los recursos, la capacidad y además tiene la voluntad de hacerlo.
Pero entonces aparece algo mas en la historia. De acuerdo con la ley, el pariente-redentor ha de tomar como esposa a aquella para quien redime la herencia y el camino había de estar libre para ello. El otro pariente no podía hacerlo porque el camino no estaba libre para ello, pero Boaz sí tiene el camino libre.
Estos son los elementos de la historia. No voy a tomar cada pequeño detalle sino sólo los puntos principales del bosquejo. Vemos como Dios ha puesto una ilustración maravillosa y exquisita de la gloria de Cristo como pariente-redentor. La herencia se ha perdido. “¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, o el hijo del hombre para que le visites? Le hiciste un poco menor que los ángeles, le coronaste de gloria y de honra, y le pusiste sobre las obras de tus manos; todo lo sujetaste bajo sus pies.” (Heb. 2:6-8). Pero ¿dónde está este hombre? Esta herencia se ha arrumado y todo cuanto Dios quería para el hombre se ha perdido. A través del pecado de Adán, el hombre ahora ha perdido su herencia. En Adán el hombre ha dejado de ser heredero de todo; la herencia se ha perdido. La tragedia de esta humanidad representada por Adán es la siguiente: una vez fue heredera, hecha para heredar, pero ahora esta en bancarrota, sin esperanza, lo ha perdido todo. Esta es la tragedia de esta humanidad. Es ahí donde estamos por naturaleza. Lo tenemos escrito en nuestro ser. Nuestra misma naturaleza da testimonio del hecho de que falta algo, algo que debería de estar y no está. Estamos buscándolo a tientas. Esta en nuestra misma esencia buscarlo, anhelarlo. Toda ambición del hombre, toda búsqueda, toda pasión nace del clamor interior, de que hay algo que el hombre debería tener pero no puede conseguir. Acumula todo cuanto este mundo puede ofrecerle y muere diciendo: “¡No, no lo he conseguido, no he encontrado lo que persigo!” Es un heredero que ha perdido la herencia.

El derecho de redimir

Y en un mundo así, en una raza así, Dios, en su Hijo, viene desde afuera, en cuanto a su humanidad, como pariente-redentor. En primer lugar, él tiene el derecho de redimir. ¿Por qué? Por que es el primogénito de toda creación. El tiene el primer lugar. No es un pariente de segundo orden. “El es antes de todas las cosas.” (Col 1: 17). Es el primogénito. Tiene el derecho por su lugar, el lugar que ocupa, el primer lugar. Piensa de nuevo en todo lo que concierne al Señor Jesús como aquel que viene primero, como el que está en el primer lugar, como el primogénito, y veras que la redención del hombre constituye su derecho. Puesto que en la Biblia es esencialmente el primogénito el que lleva consigo los derechos. Aquí esta Jesús, Hijo del Hombre, el primero, porque Dios le ha señalado y le ha puesto en tal posición. El tiene el derecho de redimir.

El poder de redimir

El tiene también el poder de redimir. Es decir el tiene los recursos para redimir. Consideremos lo que se requiere. ¿Qué se requiere en esencia? La herencia no ha de redimirse tan sólo en favor nuestro, sino también para Dios. Nosotros, por nuestra parte, somos herencia de Dios, somos posesión de Dios por derecho, y no sólo hemos nosotros perdido nuestra herencia, sino que también Dios ha perdido su herencia en nosotros, y aquello que a nosotros pudiera satisfacemos no podrá nunca satisfacer a Dios. Si Dios ha de recuperar en nosotros la herencia que perdió por el pecado y rebeldía del hombre, su redención ha de ser de acuerdo con Dios, algo que satisfaga a Dios. Dios no puede estar satisfecho con cualquier cosa. Ha de ser algo que responda por completo a la propia naturaleza de Dios. De modo que digamos de inmediato que “fuimos redimidos de nuestra vana manera de vivir no con oro o plata sino con la sangre preciosa de Cristo como de un cordero sin mancha y sin contaminación.” (1 Ped. 1: 18- 19). ¿Qué es lo que satisface a Dios? Es algo incorruptible. Aquello que devuelva a Dios su satisfacción ha de ser necesariamente algo incorruptible, incontaminado, sin mancha ni culpa. Estas son palabras que como, ya sabemos, siempre se relacionan con Cristo como tipo: un cordero sin mancha ni contaminación. Este es el recurso de la redención, el poder para la redención. Redimir significa recuperar la herencia perdida, y él ha redimido por su sangre, porque esa sangre representa su vida, que es una vida incorruptible, una vida sin pecado, una vida que satisface completamente a un Dios sumamente justo y santo. Este es el precio de la redención. ¿Puede él pagarlo? El ver la humanidad del Señor Jesús en su incorruptibilidad es ver su tremendo poder para redimir. Deja a un lado al Señor Jesús y estarás poniendo a un lado todo el poder para la redención, todo derecho a la redención; sin él no hay esperanza de redención. Nunca podemos ser redimidos para Dios con cosas corruptibles como oro o plata. Ser redimido para Dios significa que hay una vida desarrollándose que es de acuerdo con la misma naturaleza de Dios. ¿Tienes tú eso? ¿Lo tengo yo? Si pudiéramos encontrar eso en nosotros mismos, entonces podríamos ser nuestra propia redención, nuestros propios redentores y ¿quién puede decir esto?
¡Ay, es ahí donde esta la ceguera! Hablamos en nuestra anterior meditación de la terrible ceguera que se ve en la evolución. Sin embargo aquí esta la horrorosa ceguera de este terrible evangelio, que no es un evangelio en absoluto pero que se predica como tal, es decir, el humanismo: que el hombre tiene en sí mismo el poder de llegar a ser como Dios. Las raíces y semillas de la perfección están en lo profundo del propio ser del hombre, y se encuentran con sólo cavar lo suficientemente hondo para encontrarlas. No hay ninguna necesidad en absoluto de intervención de fuera. No es necesario que Dios intervenga, que Cristo venga a este mundo. El hombre tiene en sí la capacidad de levantarse, de mejorarse a sí mismo. En el fondeo de su propio ser, el hombre es una criatura maravillosa. ¡Qué ceguera! Dirás: “Esto es sorprendente a la luz de lo que está ocurriendo en el presente y las condiciones presentes del mundo; sorprendente que alguien pueda creer esto, no digamos ya el predicarlo. ¡Sorprendente que por un lado hablen de increíbles atrocidades, peores que las de las edades bárbaras y por otro digan que esta en el poder del hombre el ser como Dios!” ¡Ceguera! A pesar de todo cuanto podamos decir acerca del valor de los hombres; del gran valor de nuestros hombres en el ejercito, por ejemplo, y toda su disposición para sufrir penalidades, y mucho más - y no queremos quitar su valor a estas cosas - la cuestión real es la siguiente: ¿Son los hombres de hoy más nobles moralmente?
Hace un rato estuve hablando con un hombre que tiene una posición de gran responsabilidad entre los soldados de la Marina, y me dijo: “He pasado toda mi vida en servicio a la Marina, y pensaba que sabía lo que eran situaciones malas, pero tal y como veo las cosas hoy en los ejércitos ¡estoy casi conmocionado!” El horrible estado de la vida moral en los ejércitos le aterra. Quien dice esto es un hombre endurecido, con la experiencia de toda una vida entre marineros. ¿Están los hombres elevándose moralmente? ¿Quién puede decir: “¡Sí!” a la luz de lo que estamos viendo hoy?
Y sin embargo se está predicando este evangelio del humanismo: que el hombre se levanta con presteza y la Utopía está en nuestro horizonte; ¡porque el hombre tiene en sí mismo la capacidad de elevarse! Esto es ceguera, terrible ceguera. Sin embargo, ver al Hijo de Dios, al Hijo del Hombre, es ver la esperanza, la dirección donde está la redención. Porque la Redención está en la dirección de otra clase de humanidad, y en un poder para redimir, y porque hay algo ahí que satisface a Dios, y cualquier cosa que no satisfaga completamente a Dios no podrá ser jamás poder redentor. ¿Tiene el Señor Jesús el poder? Todos aquí clamamos a una voz: “Sí, él tiene el poder, él tiene los recursos para hacer esto.”

La libertad de redimir

Sin embargo se suscita otra cuestión. ¿Está él libre para poder redimir? Una cosa se da por sentado en todo este asunto del pariente redentor, y es que sólo puede tener una esposa. Si ya está casado está descalificado, porque no puede casarse con la persona para quien redime la herencia. Este era el problema que tenía el otro pariente en el caso de Ruth. No estaba libre; estaba casado y tenía una familia. Pero Boaz estaba soltero, estaba libre, podía tomar a Ruth por esposa. El camino estaba libre por completo.
Ahora entramos en el reino de lo espiritualmente sublime. Cristo amó a la Iglesia y se dio a sí mismo por ella, para redimirla de toda iniquidad (Ef 5:25; Tit 2:14). “Maridos amad a vuestras mujeres, como Cristo amó a la iglesia, y se dio a sí mismo por ella.” El redimido va a ser unido al Señor, y el Señor Jesús - lo digo con toda reverencia - sólo va a tener una esposa. Solo van a haber unas Bodas del Cordero. La Iglesia es su única novia. Sus redimidos son los únicos que van a ser llevados a una relación así con él, y el camino está libre. No tiene ningún otro compromiso, permanece perfectamente libre para redimir, y para aceptar las consecuencias de redimir, o sea casarse con aquella para quién redime la herencia.
¿No nos sitúa la Redención en una posición muy sagrada en relación con el Señor Jesús? Esta es la verdadera significación del título que se le atribuye como nuestro pariente-redentor, que vamos a ser unidos a él. No redimidos como un mueble, no redimidos como algo, sino redimidos para ser unidos a él para siempre en el mas santo de todos los vínculos. Casados con el Señor. esta es la significación del Hijo del Hombre. Sí, él es libre; puede hacerlo.

El deseo de redimir

Sólo queda una cuestión. ¿Está él dispuesto? Tiene él derecho, tiene los recursos, tiene la libertad. ¿Querrá hacerlo? ¡Ay! ¡De qué modo deben Ruth y Noemí haber esperado, con el aliento contenido y corazones palpitantes hasta que esta última pregunta encontraba su planteamiento y respuesta! ¿Querrá él? ¿Está él dispuesto? ¿Qué decimos a esto? El lo ha hecho, y esto responde la pregunta. Todo cuanto resta, si no estamos en el disfrute de todo esto, es que lo aceptemos, lo creamos. ¡Él esta dispuesto!
Quiera el Señor arrebatar nuestros corazones y ampliar nuestra visión de Jesús, el Hijo del Hombre.

De “Un Testigo y un Testimonio“, Vol. 21-22, 1943-1944

[ Contenido ]



[ Menú principal ] [ Tema Actual ]

Preservando los deseos de T. Austin-Sparks con respecto a que se debe entregar libremente lo que libremente se ha recibido, estos escritos no tienen derechos de autor. Por lo tanto, estás en libertad de utilizar estos escritos según seas conducido a hacerlo. Sin embargo, si eliges compartir los escritos de este sito con otros, te pedimos que, por favor, los ofrezcas libremente: Sin costo alguno, sin pedir nada a cambio y enteramente libres de derechos de autor.