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Pioneros del Camino Celestial

por T. Austin-Sparks

Capítulo 1 - La Realidad y la Naturaleza del Camino Celestial

"Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra. Porque los que esto dicen, claramente dan a entender que buscan una patria; pues si hubiesen estado pensando en aquella de donde salieron, ciertamente tenían tiempo de volver. Pero anhelaban una mejor, esto es, celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos; porque les ha preparado una ciudad" (He. 11:13-16).

Algún tiempo antes de dar estos mensajes, deseando estar tranquilo y lejos de muchas cosas, me fui al campo con mucho afán por el Señor y por Su palabra. En las horas tempranas de la mañana, pareció como si los cielos se abrieran y todo cobrase vida. Todo se aclaró maravillosamente y se centró en una frase: «Pioneros del Camino Celestial». En realidad, esto resume los versículos que arriba se mencionan y, aunque pensemos y quizás digamos mucho sobre el camino celestial, nuestro interés principal va a ser la cuestión de la obra pionera en ese camino. Para empezar, es necesario que consideremos, hasta cierto punto, el camino celestial, pero, repito, es todo este enorme asunto de abrir ese camino que creo es la mayor preocupación del Señor y por tanto la nuestra, en este momento.

LA TIERRA RELACIONADA CON EL CIELO

La Biblia empieza con los cielos: "En el principio creó Dios los cielos y la tierra". No la tierra y los cielos; los cielos vienen primero. La Biblia termina con la ciudad santa, la nueva Jerusalén descendiendo del cielo, de Dios (cfr. Apocalipsis 21:2). Lo mismo que el cielo se halla al principio y al final en la Palabra de Dios, de igual manera todo lo que está en medio, del principio al fin, es del cielo y para el cielo. Como es en la esfera natural, así es en la espiritual. Los cielos gobiernan la tierra y lo terrenal, y lo terrenal tiene que responder a lo celestial. Son los cielos, es el cielo que será a lo último. Todo tiene que estar a la luz del cielo, responder al cielo, salir del cielo. Eso es la suma de la palabra de Dios, el contenido entero de las Escrituras.

Esta tierra no está sola y sin relación. Ella es ciertamente objeto de gran interés celestial. En el universo, las cosas más grandes han tenido lugar tal vez en esta tierra. Dios vino aquí en carne, vivió aquí, se dio a sí mismo por este mundo; el gran drama de los consejos eternos tiene que ver con esta tierra. Cualquiera que sea su importancia en el designio divino, no está, sin embargo, aparte, sola; está relacionada con el cielo. Todo su significado es a causa de esa relación. La tierra toma su impor- tancia y significado por estar relacionada con algo más grande que ella: con el cielo.

La Biblia enseña que: "Dios está en el cielo" (Eclesiastés 5:2). Esa es la declaración. Enseña que hay un sistema, un orden en el cielo que es el verdadero y el último. Al final, la reproducción de un orden celestial en esta tierra, será la culminación de todos los consejos de Dios. Cristo bajó del cielo y volvió al cielo. El cristiano, como hijo de Dios, nace del cielo y tiene su vida centrada en el cielo; y su vida culminará en el cielo.

La Iglesia, esa obra maestra de Dios, es de origen celestial, de llamamiento celestial y de destino celestial. En todas estas cosas y en muchas otras, "el cielo gobierna" (Daniel 4:26). El cielo, este gran factor, gobierna todo.

LOS HIJOS DE DIOS RELACIONADOS CON EL CIELO

En cuanto a nosotros, si somos hijos de Dios, toda nuestra historia y formación están relacionadas con el cielo. Éste es uno de los temas que es necesario que sigamos ahora con todo detalle, hasta el final. Pero digamos y reconozcamos en seguida que nuestra historia y educación entera, como hijos de Dios, están relacionadas con el cielo; y con esto no quiero decir simplemente que vamos al cielo. Estamos relacionados, "emparentados" con el reino de los cielos por nacimiento, subsistencia y vocación eterna. Toda nuestra educación, he dicho, está relacionada con el cielo. Todo lo que usted y yo tenemos que aprender es: cómo se hace la voluntad de Dios en el cielo; qué es lo que el Señor quiso decir cuando dijo: "Hágase tu voluntad como en el cielo, así también en la tierra". Éste es un importante fragmento, detallado y completo, que cubre toda la educación de un hijo de Dios, ya que esta oración empieza con: "Padre nuestro que estás en los cielos" (Mateo 6:9). Pues como están las cosas en el cielo, así deben estar aquí; pero supone una vida entera de educación, de profunda y enérgica formación, en consonancia con el cielo.

En el tiempo del Nuevo Testamento, la Biblia de los cristianos era el Antiguo Testamento. Cuando en el Nuevo Testamento leemos acerca de las Escrituras: "para que la Escritura se cumpliese", "como dice la Escritura", y así, sucesivamente, se referían al Antiguo Testamento. La única Escritura, la única Biblia de los primeros cristianos, de los cristianos de las primeras décadas, era el Antiguo Testamento. No tenían todavía nuestro Nuevo Testamento. El Antiguo Testamento era para ellos la Biblia. Recurrían a él, se referían a él, tomaban de él y lo utilizaban de continuo para ilustrar con ejemplos la experiencia espiritual de los cristianos. Es así en la epístola a los Hebreos que justamente citamos al principio, la cual está llena del Antiguo Testamento, desde el comienzo hasta el fin. En esta epístola, el Antiguo Testamento se utiliza sin cesar, para ilustrar y exponer el significado de la vida espiritual del cristiano.

UNA PEREGRINACIÓN RELACIONADA CON EL CIELO

Lo que encontramos a todo lo largo del Antiguo Testamento, es una peregrinación; una peregrinación con relación al cielo. Volvamos al principio. La intención divina en la creación era que hubiese armonía entre el cielo y la tierra, de manera que Dios pudiese estar aquí, en este mundo, a gusto, contento, y hallar reposo tan exactamente como en Su cielo. Él lo hizo para Su placer, lo hizo para sí. Lo hizo para poder venir e irse enteramente satisfecho, reposado y gozoso. Lo primero que vemos es que Dios se complace en venir al mundo que Él había creado. Él lo hizo, era Su obra, y se nos dice que reposó cuando lo hizo. Halló Su reposo estando aquí, en Su creación.

Pero desde la tragedia de la caída, el cielo y la tierra han perdido su armonía; ahora están en desacuerdo. Este mundo está en conflicto con el cielo. Todo cambió aquí, en esta tierra. Hasta ahora, a Dios no le agrada estar en este mundo o venir a él. Su presencia aquí no es en plenitud, está como testimonio. Como testimonio de que éste es su legítimo lugar, como testimonio al hecho que: «De Jehová es la tierra y su plenitud» (Salmo 24:3), como testimonio de que la hizo para Su propio placer. Pero aquí Dios está solamente como testimonio, como prueba. Él ha de tener ese testimonio, pero no está aquí ahora en plenitud. En un sentido muy real y en sumo grado, Dios está fuera de este mundo; hay conflicto entre el cielo y el mundo, y aun cuando haya testimonio aquí, ese mismo testimonio está aquí y no es de aquí. Es de fuera. La vasija misma del testimonio de la presencia de Dios es algo que no es de aquí. Aquí no tiene morada, aquí no tiene ciudad. Está «en» pero no es «de». Es extraña a este mundo. Así ha sido desde la caída.

Ahora bien, la historia entera de los instrumentos asidos divinamente para ese testimonio, sean individuales, sean corporativos, es la historia espiritual de la obra pionera con relación al cielo. ¿Es que lo hemos comprendido? Déjenme repetirlo. La historia entera de los vasos individuales o corporativos, divinamente escogidos y asidos para el testimonio de Dios, es la historia de los pioneros abriendo un camino, abriéndose paso a través de él, haciendo algo que era nuevo para este mundo; abriendo un nuevo camino, haciendo nuevos descubrimientos con relación al cielo. Pioneros de un terreno celestial. ¡Cuánto encierra una declaración así! Veamos algunas características de esta vocación pionera.

1. PARA ESOS PEREGRINOS EL CENTRO DE GRAVEDAD ESTÁ EN EL CIELO

En primer lugar, aquellos a los que el cielo ha llamado y asido para servir al propósito celestial, hallan que interiormente su centro de gravedad ha cambiado de manera espiritual y se ha trasladado de este mundo al cielo. Hay por dentro un sentimiento profundamente asentado de que en verdad no somos de aquí, de que este mundo no es nuestro lugar de reposo, no es nuestro hogar y no es éste nuestro centro de gravedad; no nos atrae interiormente. Dentro del espíritu del pionero hay este sentido de conflicto con lo que está aquí, por estar en desacuerdo con él y no poder aceptarlo. Repito: interior y espiritualmente, el centro de gravedad se ha trasladado de este mundo al cielo. Es un conocimiento innato y es lo primero en este llamamiento celestial; el primer efecto, el primer resultado de nuestro llamamiento de arriba. Más tarde hablaremos de eso.

Y por esto lo podemos comprobar. Claro que es cierto del más sencillo hijo de Dios. El primer conocimiento de uno que en verdad ha nacido de arriba, es que el centro de gravedad ha cambiado. En lo interior, nos hemos trasladado, de algún modo, de un mundo a otro. En lo que hasta ahora hemos estado relacionados por naturaleza, de algún modo ya no nos retiene, ya no es nuestro mundo. Digámoslo como queramos, ése es el sentimiento y, a menos que sea así, hay algo muy dudoso sobre cualquier profesión de fe en el Señor Jesús. Este sentimiento innato de un nuevo centro de gravedad tiene que aumentar y seguir aumentando. De todas maneras, se nos hace cada vez más imposible aceptar este mundo. De nuevo digo que es una prueba de nuestro progreso espiritual, de nuestra peregrinación y adelanto en ella. Pero eso, después de todo, es elemental.

2. DESCONOCEMOS POR NATURALEZA EL TERRENO CELESTIAL

Además, ese otro terreno –la conciencia de lo que ha entrado en nuestros corazones, la atracción hacia lo que ha comenzado en nuestro espíritu–, es un mundo que por naturaleza nos es totalmente desconocido. Para la naturaleza es otro terreno del todo diferente, nada familiar, inexplorado. No importa cuántos han ido por él antes que nosotros, no importa cuántos hay que han empezado en ese camino y lo mucho que han andado en él, para cada individuo es por entero un mundo nuevo, que sólo se puede conocer por experiencia. Podemos sacar valores de la experiencia de otros y agradecer a Dios por todos esos valores, pero con todas sus experiencias no pueden hacernos adelantar un solo paso en ese camino. Para nosotros es nuevo, absoluta- mente nuevo y extraño. Hemos de aprenderlo todo, desde el principio.

Esto hace que el trabajo del pionero sea siempre un camino solitario. Nadie nos puede transmitir una herencia. Tenemos que obtener nuestra propia herencia en ese mundo, extraño y desconocido, que exige una constitución fundamentalmente nueva, según ese mundo, con capacidades que no se poseen por naturaleza. Ningún hombre, por sus esfuerzos, puede descubrir los secretos de Dios (cfr. Job 11:7); no tenemos la capacidad, nos tiene que venir del cielo. Hemos de llegar al conocimiento de todas las cosas nosotros mismos, llegar a conocer a Dios nosotros mismos, en cada detalle de Su complaciente relación con el corazón humano.

La luz puede venir por el testimonio, puede venir a través de las Escrituras; la ayuda puede venir por medio del consejo, la inspiración nos puede venir de aquellos que han conseguido abrirse camino y se han adelantado, pero, mirándolo bien, tenemos que poseer nuestra propia parcela espiritual en el terreno celestial; dominarla, cultivarla y explotarla. Sabemos que es verdad, que vamos por ese camino en la vida espiritual, teniendo que descubrirlo nosotros mismos. ¡Oh cómo anhelamos que alguien pueda tomarnos y ponernos en lo útil de su experiencia! El Señor nunca lo permitirá. Si en realidad estamos en el camino celestial –si no hemos sólo empezado y nos hemos sentado o hemos abandonado–, que estamos avanzando en ese camino, todos somos pioneros. En él habrá valores en los que otros entrarán porque hemos abierto el camino, pero hay el sentimiento de que cada uno, por muy atrás que esté, tiene que hacer descubrimientos por sí mismo, y es mejor así. En la vida espiritual, nada hay, finalmente, de segunda mano.

3. SER PIONERO IMPLICA COSTO Y CONFLICTO

Así llegamos a la tercera característica de este trabajo pionero. Todo lo que sea abrir camino, está lleno de grandes esfuerzos y sufrimientos. Por ser un recorrido o camino espiritual, su costo es antes que todo interior.

Perplejidad – Sí, perplejidad. He estado leyendo una traducción de un mensaje de nuestro hermano Watchman Nee, en el que dice: «Hubo un tiempo en que, teniendo muy alta idea de la vida cristiana, pensaba que estar perplejo era muy impropio de un cristiano; era impropio estar abatido; era impropio estar desesperado. ¿Qué clase de cristiano es ese? Más cuando leí que Pablo dijo estar perplejo, atribulado y desesperado, fue un problema real para mí, a la luz de lo que yo mismo había enseña- do que un cristiano debía ser. Pero tuve que ver que no había nada impropio, después de todo». Sí, un cristiano, un cristiano tal como el apóstol Pablo, perplejo, abatido y desesperado. Ése es el camino de los pioneros.

¿Qué implica la perplejidad? Implica una necesidad de capacidad o de comprensión en algún terreno, en el que por ahora no hay ninguna. Hay un terreno que está fuera de nuestro alcance. No significa que vayamos a estar siempre perplejos en la misma medida, acerca de la misma cosa. Pasaremos de nuestra perplejidad sobre este asunto y comprenderemos; pero en cierta medida habrá al fin perplejidad, sencillamente porque el cielo es más grande que este mundo, más que esta vida natural, y tenemos que crecer cada vez más. La perplejidad es la porción de los pioneros.

Debilidad – El hermano Nee pregunta: «¿Un cristiano con debilidad y confesando ser débil? ¿Qué tipo de cristiano es ese?» Pablo habla mucho sobre la debilidad y acerca de su propia debilidad, significando, por supuesto, que hay otra clase de fuerza, que no es nuestra propia fuerza y que tenemos que descubrir. Algo que no conocemos de modo natural. Es el camino de los pioneros: llegar a una sabiduría que está fuera de nuestro alcance y que de momento significa perplejidad; llegar a una fuerza que está por encima de nosotros y que en nosotros significa por ahora, debilidad. Estamos aprendiendo, eso es todo. Es el camino del pionero, pero es costoso. El costo es interior, así, de muchas maneras.

Pero mientras es interior, lo es también exterior. La carta a los Hebreos está precisamente llena de estos dos aspectos de la peregrinación. « ...todos estos..... confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra» (Hebreos 11:13). Era de un viaje espiritual, de una transición de lo terrenal a lo celestial, que el apóstol escribía. Había un aspecto interior. Pero había para ellos el aspecto exterior, y es lo mismo para nosotros. La tendencia entera de la naturaleza, si se deja por sí sola, es descendente. Dejen las cosas por sí solas y se irán hacia abajo, en toda naturaleza. ¿No es verdad? Un bello jardín se volverá en poco tiempo una salvaje desolación y un caos, si no interviene mano que lo levante, que ponga orden en él. Y esto en nosotros es cierto, de un modo espiritual. Hay la tendencia hacia la tierra, el querer siempre instalarse, el querer siempre acabar con el conflicto y la lucha, el querer siempre salir de la atmósfera de tensión en la vida espiritual. Toda la historia de la Iglesia es una larga historia de esta tendencia a establecerse en esta tierra y a conformarse a este mundo, a encontrar aceptación y popularidad aquí, y a eliminar el elemento de conflicto y de peregrinación. Es la orientación y la tendencia de todo. Así pues, por fuera como por dentro, el abrir camino es algo costoso. Nos enfrentamos con la orientación religiosa de las cosas.

Veamos de nuevo esta epístola a los Hebreos. La inclinación era hacia atrás y hacia abajo, hacia la tierra. Era hacer del cristianismo un sistema religioso terrenal, con todas sus exterioridades, su formulismo, sus ritos, su ritual, sus vestiduras, algo aquí para que sea visto y responda a los sentidos. Para esos cristianos era una gran atracción, gustaba mucho a sus almas, a su naturaleza; y la carta está escrita para decir: «Dejemos esas cosas y sigamos adelante. Somos peregrinos, somos extranjeros, lo que importa es lo celestial». Recordemos ese importante párrafo en el que se nos dice que nos hemos acercado a la Jerusalén celestial (cfr. Hebreos 12:18-24).

Pero tropezarse con el sistema religioso que se ha establecido aquí, es un sufrimiento y es costoso. A veces siento que es mucho más costoso que tropezarse con el mundo mismo. El sistema religioso puede ser más inhumano, más cruel y amargo. Puede ser impulsado por todas esas cosas mezquinas, despreciables, prejuicios y sospechas que ni siquiera se encuentran en las personas decentes en este mundo. Es costoso seguir adelante hacia lo celestial, es penoso; pero es el camino del pionero, y está resuelto que sea así. En esta carta está la frase: «Salgamos, pues, a él, fuera del campamento llevando su oprobio» (He. 13:13). Les dejo determinar a qué campamento se refiere aquí; no es el mundo. «Fuera del campamento» significa ostracismo, sospecha.

«En la fe murieron todos estos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, creyéndolo y saludándolo». ¿No es ésta la visión del pionero, siempre mirando, creyendo y saludando de lejos, aun cuando el día en que se realice esté más allá de esta vida? «y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra. Los que esto dicen, claramente dan a entender que buscan una patria, pues si hubieran estado pensando en aquella de donde salieron, ciertamente tenían tiempo de volver. Pero anhelaban una mejor, esto es, celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos». Dios no se avergüenza de los que son peregrinos que caminan con Él para Su propósito. Los llama los suyos. Él se llama Dios de ellos y « les ha preparado una ciudad» (Hebreos 11:13-16).

Es un maravilloso resumen, cuando se piensa en ello. «Todos estos». ¡Qué «todo» más amplio! Incluyéndolos a todos, se dice de ellos que habían visto algo y, hasta su último día y su último suspiro en esta tierra, no podían pararse porque habían visto. Seguían siendo peregrinos, nunca descansaban. Era en ellos la llamada de lo invisible. Es algo que nos ha de venir del cielo, a fin de llevarnos al cielo. ¿Lo tenemos? Bueno, como veremos, esa es la llave de todo, lo explica todo. ¡Bendito sea Dios por ello y que muchos más del pueblo del Señor lo conozcan en mayor poder! Es la garantía de que todo lo que hay en nosotros de anhelo, de ansia y de búsqueda, que nace del Espíritu de Dios, se va a realizar.

¿Tenemos hambre? ¿Estamos anhelantes? ¿Estamos insatisfechos? Esto mismo predice que está por venir. ¿Estamos contentos? ¿Nos hemos instalado? ¿Es nuestra visión corta y estrecha? ¿Podemos seguir simplemente aquí? ¿Podemos aceptar las cosas como están? Muy bien, quedaremos ahí, no iremos muy lejos. Dios se llama el Dios de aquellos que son peregrinos. Él es el Dios de los peregrinos. Quitemos de nuestra mente toda idea de una peregrinación en el sentido literal, o si se quiere, de un cielo literal. Yo no sé dónde está el cielo, pero sé que hay un orden celestial de cosas y sé que cada día de mi vida estoy siendo tratado para eso. Dejemos, pues, el aspecto literal y veamos el espiritual, el cual es muy real, y pidamos al Señor que ponga poderosamente en nosotros este espíritu de peregrinación.

Vendrá un tiempo, a medida que avancemos, cuando todo lo que, en un momento de nuestra vida espiritual, considerábamos tan maravilloso que pensábamos haber llegado al máximo, que lo hallaremos de poca importancia y lo recordaremos como meramente infantil. De cosas que éramos capaces de leer entonces y con las que nos alimentábamos, diremos: ¿Cómo podíamos en alguna manera encontrar algo en eso? No me entiendan mal, no hay nada malo en ello; eso está bien para los que han llegado a ese punto. Pero hemos seguido adelante y debemos tener algo más. Debemos crecer todo el tiempo, yendo más lejos. Debemos ser personas de más lejos. Éste es probable- mente el significado de la palabra " Hebreo ". A esta epístola se la llama la Epístola a los Hebreos. En ella se nos habla de peregrinos y extranjeros. Si la palabra "Hebreo" significa una persona de más lejos, pues bien, nosotros somos personas de más lejos; nuestro hogar y nuestra atracción están más lejos. Somos aquí peregrinos, peregrinos de más lejos.

El Señor haga que esto sea provechoso, que por una parte nos saque de todo letargo o falso contentamiento o indebido anhelo por alcanzar aquí un objetivo, y por otra guarde nuestros ojos y nuestros corazones con aquellos que han abierto camino antes, mirando y saludando, y, si fuera necesario, muriendo en la fe.

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