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Pioneros del Camino Celestial

por T. Austin-Sparks

Capítulo 4 - Moisés

“Por la fe Moisés, hecho ya grande, rehusó llamarse hijo de la hija de Faraón, escogiendo antes ser maltratado con el pueblo de Dios, que gozar de los deleites temporales del pecado, teniendo por mayores riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros de los egipcios; porque tenía puesta la mirada en el galardón. Por la fe dejó a Egipto, no temiendo la ira del rey; porque se sostuvo como viendo al Invisible” (Hebreos 11:24-27).

“Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra. Pero anhelaban una mejor, esto es, celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos; porque les ha preparado una ciudad” (Hebreos 11:13,16).

Dios tiene el gran deseo de tener un pueblo especial, al que podríamos denominar "Su mejor". Hasta que no lo tenga, no estará nunca totalmente satisfecho. Puede que existan los que se contenten con ser menos que lo mejor de Su pueblo, pero sólo aquellos que siguen adelante para ser "Su mejor", satisfarán en verdad Su corazón. Pero lograr "Su mejor" es un asunto lleno de conflictos, de mucho costo, de disciplina y muy contrario a la normalidad. En realidad no son todos, sino unos pocos, en comparación, que continuarán con Él para ser "Su mejor". Lo vemos en toda la Escritura.

En cada dispensación tenemos algunos ejemplos que lo ilustran bien. Referente a la generación que pereció en el desierto –la cual fue sacada de Egipto, en virtud de la preciosa sangre y por la fe, pues: "Por la fe pasaron el Mar Rojo" (Hebreos 11:29)–, no podemos decir que esa generación represente la pérdida definitiva de la salvación. No obstante, está claro que perdieron el pleno pensamiento de Dios para ellos. Fue una pérdida grande y dolorosa, citada siempre en las Escrituras como ejemplo de tragedia, fracaso y desilusión. No podemos decir que el mayor número de los que fueron cautivos a Babilonia, en Caldea, y que nunca volvieron, se perdieran eternamente para la salvación de Dios. Pero sabemos bien que una minoría regresó, y, al volver, cumplie- ron la verdadera intención de Dios. Están representados como aquellos de los que Él no se avergüenza. Pero de los que quedaron en el desierto y en Babilonia, podemos decir que en cierto modo, Dios se avergonzó de ellos. Es así en cada dispensación. La llamada continúa y resuena aquí, para que el pueblo de Dios no se satisfaga con ser menos que lo mejor.

Como hemos dicho, no se trata sólo de un llamamiento para que alcancemos el propósito de Dios. Es un llamamiento para abrir el camino a otros, pues, aunque parezca extraño, muchos del pueblo del Señor, a pesar de que son nacidos de nuevo, no conocen el camino celestial. No vamos a presentar todas las pruebas de esto, pero es verdad. Quizá, durante un período de nuestra vida cristiana, ésta haya sido la experiencia para muchos de nosotros. Nuestras actividades, aunque llevadas a cabo de manera cristiana, eran en gran parte muy terrenales. Entonces vino un tiempo de crisis, cuando entramos en el significado de un cielo abierto y fuimos elevados a un nivel de vida espiritual, enteramente nuevo. Empezamos a aprender las cosas celestiales de una manera nueva. Todos los que Dios ha llamado a Su camino celestial, no sólo están andando en este camino –con relación a su propia medida espiritual–, sino que son llamados a enseñarlo a aquellos, aun del pueblo del Señor, que lo desconocen. Esto no significa predicarles acerca del camino celestial, tener una interpretación especial de la Escritura, alguna doctrina o fraseología. Significa que son llamados a ser útiles en ese camino, a estar allí y, por lo que ellos mismos conocen y experimentan, poder ayudar a otros a elevarse a un nivel más alto de vida espiritual.

Así que vamos a ver de nuevo esta cuestión del trabajo pionero, en el camino celestial, centrando nuestro pensamiento en Moisés, otro gran pionero. Hay por supuesto muchos otros aspectos que caracterizan su vida, pero pienso que lo que más se destaca es que era un pionero del camino celestial.

La vida de Moisés, desde un punto de vista terrenal, nos habla mucho de decepción, de fracaso y de tragedia, pues, aunque durante ochenta largos años de formación, disciplina y sufrimiento, anduvo en el camino celestial o aprendió a andar en ese camino, ni él ni el pueblo que sacó de Egipto entraron en la tierra prometida. Esto suena a desilusión y, es más, a tragedia. No puedo nunca leer este relato de Moisés suplicando a Dios que le permita entrar y la negativa terminante de Dios, sin sentirme profundamente conmovido. Es emocionante.

De esas personas que salieron de Egipto, se constituyó una nación por medio de Moisés. Por lo tanto le debían su existencia como nación. Pero esta primera generación no entró en la tierra prometida para heredarla. Su historia entera fue desde entonces una tragedia. Hubo momentos y períodos brillantes, tiempos de gloria, pero recuerden cuánto hablaron de Moisés, lo que le atribuyeron y cómo recurrían siempre a él. Fue una historia, en su totalidad, muy decepcionante. Repito que, desde cierto punto de vista, la vida de Moisés habla mucho de fracaso, de desilusión y de tragedia. Pero el hecho mismo de su propia vida y de la manera como terminó su carrera, el hecho mismo de la generación que pereció en el desierto, el hecho mismo de la nación –durante todas las edades–, fracasando y decepcionando, son los argumentos más poderosos y concluyentes para otro aspecto, a saber, la verdad divina de lo celestial; y afirman, de manera muy enfática, que si eso es todo aquí abajo, entonces es una cosa pobre, que debe haber algún otro camino, debe haber alguna otra secuela, que eso no es todo. Hay otro punto de vista, el punto de vista celestial en que el cielo interpreta y gobierna todo.

Miremos primero a Moisés y a su formación, luego a Israel bajo su dirección.

I. LA FORMACIÓN DE MOISÉS

A) UNA SUPREMA PERCEPCIÓN

Empezamos con Moisés ya adulto y su formación. Leamos lo que la epístola a los Hebreos nos dice de Moisés en Egipto. Nos encontramos aquí, una vez más, con algo que se ha repetido en estas meditaciones: ese sentido innato de un destino. No puede uno separarse de eso. Cuando tratamos del pleno propósito de Dios, y cuando tratamos de la obra, del servicio, del ministerio, de la obra pionera con relación a ese propósito, ése es siempre el punto por el que tenemos que empezar. Este profundo sentido de una divina y suprema percepción está siempre ahí.

Aquí está este hombre en Egipto, rodeado de todo lo que Egipto tiene. Los estudiantes de historia saben que, en los días de Moisés, la gloria y el encanto de Egipto no eran de poca importancia. El escritor nos habla aquí de «los deleites temporales del pecado», de «los tesoros de los egipcios»: sus placeres, sus comodidades, su saber, su educación. Todos esos privilegios los tenía exactamente en la misma casa del rey. Todo estaba a las órdenes y a la disposición de Moisés. Fue enseñado en toda la sabiduría de los egipcios (cfr. Hechos 7:22).

Tenía a la mano todos los deleites de Egipto. Eso no era algo insignificante. ¿Dirán ustedes que no era nada perderlos? Era un poderoso "todo" de este mundo. Pero este sentido de destino le hizo estimar todas esas cosas como nada. Aunque podía disfrutar de todo, tanto como lo deseara, había una sombra por encima de su goce. Había algo adentro, todo el tiempo, que le impedía finalmente estar contento. Había en él una sensación de inquietud, de descontento y de insatisfacción. Era en realidad la obra de Dios, a fin de que no se satisficiera con nada menos que con el pleno propósito de Dios. Es posible que Moisés no hubiera sido capaz de explicar o definir este extraño anhelo, pero le hizo percibir que el «todo» de Egipto no era de ningún modo el «todo» de Dios, y que Egipto nunca podría satisfacer ese llamamiento y esa atracción de arriba y de más lejos.

Ahora bien, eso no es exageración y no son sólo palabras. Es la Escritura y nos pone a prueba. Pues así es para los que son llamados al camino del pleno pensamiento de Dios, para los que serán «Su más alto y mejor». Poco importa la popularidad, la posición en este mundo, el éxito, los medios y recursos que tengamos; si de veras somos llamados según Su propósito, estaremos en todo eso inquietos, descontentos e insatisfechos, y pensaremos: "Después de todo, ¿vale la pena esto? ¡Hay algo más que esto!" Examinen sus corazones. No es ficción, es realidad.

Puede ser que estas palabras le hablen hoy en particular. Si lo quisiera, podría usted tener mucho en este mundo. Podría abrirse camino en él y gozar de sus placeres y otras cosas, si en realidad fuera a buscarlos. Sí, y quizás lograra aceptación y posición incluso en el mundo religioso; pero esas cosas han llegado a serles de poco interés. Hay algo en usted que tal vez no pueda definir ni poner por escrito, pero sabe que hay algo y a menos que lo descubra, que llegue a ello, la vida será una desilusión, pues en todo lo demás hay simulación. Si éste es su caso, es muy prometedor, es algo maravilloso; el cielo ha bajado hasta usted para ponerle con relación a todo su significado. Desde luego, si usted no tiene ese sentido, se agradará con toda otra clase de cosas y las buscará. Pero, cuidado, si puede usted ser así o quedarse así, es una terrible responsabilidad, pues quiere decir que, en cierto modo, esta poderosa percepción celestial se ha malogrado en usted.

B) UNA CRISIS

Así que la obra empezó en Moisés interiormente, y esa obra interior le llevó a una crisis bien definida, la crisis de lo terrenal y de lo celestial. El Señor tiene maneras sorprendentes de producir esta crisis. Sabemos que no siempre se produce y se precipita por algún éxtasis: una gran luz y gloriosa visión, el embeleso de su alma o alguna experiencia celestial extraordinaria, si es lo que usted busca. No siempre es así. No fue así con Moisés ni con otros. ¿Cómo ocurrió?

Un día salió y vio que un egipcio maltrataba a un hebreo. Este sentido de un destino tomó posesión de él y lo dominó. Con toda evidencia, Moisés era físicamente un hombre fuerte. Se descargó sobre el egipcio, golpeándolo, y lo mató en el acto. Esa fue la crisis que lo precipitó todo. A veces es sólo por algún fracaso o temeraria imprudencia que nos despertamos a lo celestial o nos enfrentamos con lo celestial, porque, en seguida, la situación en Egipto se puso insostenible para Moisés, y tuvo que irse.

Pero ¿qué había dentro de la crisis? ¿cuál era su significado? ¿por qué Dios lo permitió? Moisés podría haber dicho: "¿Por qué permitió Dios que hiciera eso? ¿Por qué Dios, que me conocía de antemano y que en Su presciencia me llamó a Su gran servicio, me dejó hacer ese mal, cometiendo un asesinato? ¡Que tenga en mis manos la mancha de un asesinato, yo, que he sido llamado a ser el libertador del pueblo de Dios! ¿Por qué el Señor lo ha permitido?" La respuesta habría sido: "Moisés, no es de esa manera que el cielo hace las cosas. Ésa es la manera del mundo, la manera de la carne. No es así que el cielo actúa. Tú, Moisés, nunca podrás llevar un pueblo celestial a un lugar celestial por métodos y medios mundanos. Apréndelo de una vez por todas".

Puede parecer un modo terrible de tratar con la situación, pero aquí está claro y llano. 'Has sido elegido por la presciencia y el acto soberano de Dios, y, mediante este sentido de destino en ti, a fin de conducir este pueblo escogido para ser un pueblo celestial. ¿Cómo podrías tú elevarlo a un nivel de vida celestial, no siendo ése el nivel tuyo?' Volveremos a esto dentro de un minuto.

El cielo irrumpe y dice con énfasis: 'No, Moisés. Las armas carnales para fines carnales, pero no armas carnales son para fines espirituales. Medios mundanos para fines mundanos, pero no medios mundanos para fines celestiales. El cielo gobierna aquí y se tiene que manifestar así' ¡Qué lección para una vida! ¡Qué fundamento!

Ahora bien, aunque ninguno de ustedes ha sido nunca un asesino, no dudo de que, por lo menos, algunos han aprendido lecciones muy profundas de esta clase, o sea, que no se puede progresar con Dios sobre ese nivel, que no se puede llegar hasta el final con Dios de esa manera, que no se puede servir a Dios en su propósito celestial de ese modo, teniendo como base la carne. Es conforme al principio. El cielo no tendrá nada de eso. El cielo exige su propia vida, su propia naturaleza. Ésa fue la crisis de lo celestial y de lo terrenal en la formación de Moisés.

C) CUARENTA AÑOS EN EL DESIERTO

La fase siguiente es cuarenta años en la soledad, el lado de atrás del desierto. ¿Será posible que tenga esto lugar en la economía de Dios? Sí, dondequiera que los encontremos, los desiertos representan y significan siempre ser vaciado de uno mismo. Piense en ello. En un desierto no se puede ser una persona muy importante, una persona muy segura de sí misma, confiada en sí misma. Un desierto quita todo eso. No solamente está usted en el desierto sino que el desierto árido, desolado, improductivo, inútil, entra en usted. ¿Y, no piensa que Moisés pasó por esto en esos cuarenta años?

Es el lado negativo de la formación. Es la anulación de Egipto y del mundo. Egipto representaba la seguridad; era sinónimo de independencia. Moisés tenía que ser vaciado del espíritu y principio del mundo. Egipto tenía que salir; había entrado y ahora estaba siendo separado de él y, justamente, lo contrario a Egipto estaba entrando. Este lado que llamamos negativo, forma parte integrante de la escuela del camino celestial. Nos lleva interior y espiritualmente al lugar en que vemos de manera clara que no hay en nosotros nada provechoso, en que de nosotros mismos nada podemos producir ni lograr. Eso es el desierto. No lo comprenda mal ni deje de reconocerlo. Es conforme con la realidad, con la experiencia y con el principio celestial. Hemos de hacer lugar al cielo en nosotros ya que, por naturaleza, en nosotros no hay lugar para el cielo.

D) LAS ORDALÍAS DE LA EMANCIPACIÓN

Después de eso Moisés vuelve a Egipto donde los juicios de Dios se habían de ejecutar para la emancipación de Su pueblo. Ahora no es Moisés, es el Señor. Ahora va a ser todo del Señor o no será nada. Pero va a ser del Señor. "Ahora verás lo que yo haré" (Éxodo 6:1). Hubo un día en que Moisés dijo : 'Ahora verán lo que yo haré', y el egipcio conoció la importancia de eso, y al día siguiente el hebreo. Pero eso ya pasó, y el Señor dice: "Ahora verás lo que yo haré". 'Yo haré, tú has terminado'. La posición ha cambiado; todo es ahora posible. Ha habido una transición de lo negativo a lo positivo. El gran juicio de la emancipación de este pueblo, comienza.

La primera etapa tiene que ver con la vara y la mano (cfr. Éxodo 4). "Qué es eso que tienes en tu mano? una vara". 'Muy bien; con esa vara se harán las cosas'. "Mete ahora tu mano en tu seno". 'Sácala'. "He aquí que su mano estaba leprosa como la nieve". "Vuelve a meter tu mano en tu seno". 'Sácala'. "He aquí que se había vuelto como la otra carne".

LA VARA

¿Qué es la vara? Sabemos que la vara que usó Moisés fue más tarde la de Aarón, la que floreció en la prueba del sacerdocio. Doce varas que representaban las tribus se pusieron en el tabernáculo, de noche, para su elección. Por la mañana había once varas muertas y una viva, señal de un sacerdocio viviente (cfr. Números 17). No olviden que el sacerdocio se relaciona con lo espiritual.

Ellos iban a tener que enfrentarse con todos los dioses inmundos, corruptos y perversos de los egipcios, que son de la compañía del diablo. Se necesita la autoridad poderosa de un sacerdocio santo para tratar con esa situación impura. Es la vara de la palabra de la cruz. La palabra de la cruz es una vara poderosa.

¿Cuál es aquí la cuestión que está ligada a todos esos juicios de Dios? Es ésta: el Señor había dicho: "Y sabrán los egipcios que yo soy Jehová" (Éxodo 7:5). Ése es el punto en disputa. Muy bien; empiecen pues aplicando eso prácticamente, por medio de la palabra de la cruz, la palabra del sacerdocio viviente.

Aplíquenlo primero al reino entero de la naturaleza, de la creación. "Yo, Jehová lo he creado" (Isaías 45:8). El Señor del Calvario es el Señor de la creación, y la primera aplicación de la palabra de la cruz es en este reino, en Egipto. Al contacto del Señor de la creación, el mundo viviente es sometido a juicio; la cuestión es: "Yo soy JEHOVÁ".

La segunda aplicación es para los cielos –pues el Señor hizo tanto los cielos como la tierra–, y bajo la palabra los elementos se conmovieron. Si usted mira al Calvario, verá todas esas características. Cuando Él, el gran Pionero del camino celestial, fue a la cruz, la creación entera se vio afectada. Los cielos y la tierra se vieron envueltos. Hubo un terremoto, y "hubo TINIEBLAS sobre toda la tierra hasta la hora novena". La creación y los elementos mismos caían bajo el impacto de Aquel que es la Palabra en la cruz. Eso sucedió en Egipto, en tipo, en símbolo.

Luego, en tercer lugar, vino allí la aplicación al infierno. ¿Cuál es el arma mayor del infierno? La muerte, "el postrer enemigo" (I Corintios 15:26). La muerte no es amiga, la muerte es el último enemigo, y ése fue el último juicio de Egipto. La fortaleza del infierno fue quebrada, el poder de la muerte sujetado para la emancipación de un pueblo. Eso hizo Cristo en la cruz. La palabra de la cruz es ésta: que el infierno ha sido quebrado, la muerte aprehendida, y se ha hecho que sirva a los fines de Dios en vez de impedirlos. En Egipto, la palabra por medio de la vara tocó al primogénito con la muerte, y el infierno se picó en lo vivo con su propio aguijón, en el mismo centro de su existencia. Pero eso no es todo. Esa mismísima vara sacó al pueblo, obró el rescate en Egipto y a través del Mar Rojo. "Y tú alza tu vara, y extiende tu mano sobre el mar... " (Éxodo 14:6). La palabra de la cruz es la palabra de la vida que triunfa sobre la muerte. La muerte es vencida y la vida y la incorrupción sacadas a luz. Mediante la vara de la palabra de la cruz, a través de ese prodigioso juicio de la emancipación, Moisés estaba aprendiendo una cosa: que el cielo gobierna. El cielo gobierna en la creación, gobierna en el cielo, gobierna en el infierno; y en los reinos de los hombres el cielo gobierna para la emancipación de los elegidos. Todo esto es la historia de la intervención del cielo.

Usted se preguntará por qué todo eso no pasó de repente, por qué se hizo por grados. Para empezar, el efecto de la vara era solamente incompleto, pero ganó de prisa en fuerza y poder. Hay dos aspectos. Por una parte la naturaleza progresiva de esta educación. No venimos a ver y a conocer en seguida todo el poder del cielo. Aprendemos un poco a la vez; es gradual. Va hasta aquí en un tiempo, irá más lejos después. ¿No lo estamos aprendiendo? Aprendemos por medios simples que el cielo es mayor que la tierra, es mayor que el hombre, es mayor que la naturaleza, es mayor que el enemigo. Estamos aprendiendo paso a paso, más y más, sobre el significado de esa enorme e infinita ascendencia del cielo.

Pero hay el otro aspecto. Por estos medios progresivos, Dios está dando largas a las fuerzas contrarias, prolongándolas gradualmente. "Yo endureceré el corazón de Faraón", "Yo endureceré el corazón de Faraón", "Faraón endurecerá su corazón". Dios habría podido aniquilarlo de un golpe, pero va a hacerlo durar al máximo. El poder de este mundo se está alargando hasta alcanzar toda su extensión, para enfrentarse con el poder infinito del cielo, el cual, después de todo, mostrará su superioridad muy simplemente.

Hemos dicho esto muy a menudo y es verdad. Aunque no nos podamos apoderar de él, ni verlo, ni apreciarlo, la verdad es que "el poder que actúa en nosotros" es "la supereminente grandeza de su poder" (Efesios 3:20 y 1:19). No sabemos, no somos capaces de medir la inmensidad de las fuerzas que están en contra de un alma salvada, la inmensidad de las fuerzas que se oponen al pleno propósito de Dios para Su pueblo. Sabemos un poco y sabremos cada vez más, mientras avanzamos. Pero cuando el apóstol dice: "la SUPEREMINENTE grandeza de su poder", no es sólo un lenguaje, es un intento –solamente un intento por medio del lenguaje, de los superlativos y de todo lo que el lenguaje humano puede hacer–, para llegar a la realidad. "La supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza, la cual operó en Cristo, resucitándole de los muertos..." (Efesios 1:19,20). Y eso es PARA CON NOSOTROS.

Hay algo aquí extraordinario. Es la superioridad del cielo sobre toda esta situación para sacar un pueblo y mantenerlo vivo. Estamos en esa escuela. Moisés estaba en esa escuela. A través de esos juicios de Dios, Moisés comprende de manera progresiva, pero constante y, sin duda alguna, que todo lo que está en Egipto, todo lo que Faraón representa va a ser echado abajo, agotado de su vitalidad hasta la última gota, y todo ello, al fin, dejado muerto. Moisés estaba a veces temeroso, otras regresaba del desafío desilusionado; pensaba: 'No lo hemos conseguido hasta ahora, hace falta todavía algo'. El Señor decía entonces: 'Bueno, haremos algo más'. El Señor le animaba y guiaba en su educación. Moisés iba viendo cada vez más. ¿No piensan que nos faltaría alguna cosa si Dios lo hiciera todo de repente? ¿No es verdad que no significaría mucho para nosotros, que lo trataríamos con indiferencia, que sería solamente un milagro del pasado? Dios está prolongando a lo largo de nuestra vida las fuerzas que nos son contrarias, a fin de demostrarnos que Sus fuerzas son superiores. Es una larga enseñanza, pero es el camino del propósito celestial.

LA MANO

De la vara a la mano. "Mete tu mano en tu seno" (Éxodo 4:6). ¿Qué mano? La que había asesinado al egipcio. Esa mano manchada de sangre, esa mano de la fuerza natural, de la confianza en sí mismo, esa mano que representaba al viejo Moisés y su fracaso; ese fracaso bajó el vigor y el empuje de su propia voluntad. “Mete tu mano. ¿Qué hay en tu seno, Moisés? Eso es lo que es tuyo. ¿Piensas que eso puede empuñar la vara de Dios? ¿Piensas que eso puede hacer pasar la autoridad celestial? ¡Oh no! esa mano ha de ser limpiada antes de que puedas empuñar esa vara. Ese seno debe ser limpiado, esa mancha quitada, toda esa energía propia y autosuficiencia han de ser socavadas. Moisés, esa mano leprosa es lo que eres en ti mismo”.

¿No lo estamos descubriendo? ¿Cómo es mi corazón? ¿Cómo somos? Exactamente así. Cuanto más conocemos y vemos de nosotros mismos, más se parece a la lepra. Pero, bendito sea Dios, hay una purificación. Para Moisés hubo un acto divino de purificación. En aquel instante, todo el significado de la cruz, la palabra de la cruz, tomó efecto en la vida de Moisés; por supuesto, en tipo, en figura. Y ahora que hay una mano purificada, es decir, un corazón circuncidado, la vida interior separada de la fuerza y la suficiencia carnal, todo eso puede tomar la palabra de la cruz, la palabra de autoridad. Debe ser así. No tenemos poder en el terreno de los dioses de los egipcios (esas fuerzas espirituales que están puestas en acción en este mundo), ninguna autoridad en ese acompañamiento, ninguna esperanza de subyugar esa fuerza, a menos que haya tenido lugar algo que nos ha liberado de nosotros mismos, de nuestra propia fuerza, de nuestra propia presunción, de nuestros propios corazones.

II. ISRAEL BAJO LA JEFATURA DE MOISÉS

Bajo la jefatura de Moisés, hay luego esa fase de Israel tan importante, que apenas me atrevo a abordarla de momento. Fue una cuestión prolongada de lo celestial y lo terrenal. En todos esos cuarenta años de la nación en el desierto, se estuvo precisamente luchando hasta resolver la cuestión de lo celestial y lo terrenal. Habían sido sacados para ser un pueblo celestial, para tener todos sus recursos, su apoyo y socorro del cielo, para estar en este mundo sin ser de él. Si estar en el mundo y no ser de él nunca ha sido verdad, en un desierto lo es.

El pensamiento divino era que hubiese un lugar grande para el cielo. En ese desierto había un lugar grande para el cielo. Por el lado divino, todo había de ser celestial. El pueblo se constituyó sobre principios celestiales. Arriba, en la montaña, Moisés recibió esos principios celestiales para constituir la nación. Todo era del cielo. Su constitución venia del cielo. Era el modelo mostrado en el monte. Era celestial. Nada en absoluto fue dejado a la iniciativa del hombre y a su juicio. Su marcha, por medio de la columna de nube y de fuego, era, de día en día, del cielo. Todo era celestial. En el conflicto con Amalec, lo que la guerra fue allí –Moisés en la cumbre del collado, sus manos alzadas e Israel en el valle combatiendo y ganando la batalla–, era celestial. El cielo dirigía esta guerra, era guerra celestial. Era todo el aprendizaje, en cada aspecto, del significado del camino celestial.

Pero no aprendieron esas lecciones. Bajaban a la tierra, rechazando lo celestial. Era demasiado duro, demasiado difícil para la carne, demasiado incierto. ¡Era tal la dependencia, tal la impotencia por lo que al yo se refiere! No lo podían remediar, querían hacer algo ellos mismos (y de cierto queremos ayudarnos), en este asunto. ¡Era todo tan celestial! Pero era muy real. Los que conocen algo de esto, saben que las cosas celestiales son las más reales. Esas cosas espirituales son mucho más reales que otras. Pero ellos no querían el camino celestial, querían el terrenal. Lo repudiaron todo, y perecieron en la tierra, en el desierto.

Josué y Caleb entendieron en ellos mismos todas esas lecciones de la escuela de Moisés y de Israel. Aprendieron las lecciones, comprendieron la verdad celestial, y se hicieron cargo de la generación siguiente, una generación celestial.

Bien, todo eso puede considerarse como historia que está en la Biblia; pero estoy seguro de que muchos de ustedes estarán leyendo su propia historia. ¿No es verdad, en principio, en lo que estamos pasando, en lo que Dios está haciendo con nosotros, derrotándonos, desconcertándonos, llevándonos a un término, a un vacío y desamparo? Y con todo, por un extraordinario poder que no sentimos, del cual no somos conscientes, seguimos adelante. Estamos siendo apartados y enderezados. Es la historia de tantos que han sobrevivido, cuando parece que todo se ha ido, que estamos perdidos, que hemos fracasado, caído, defraudado al Señor, que no puede haber ningún porvenir.

Pero hay un porvenir. Hemos continuado. Hay algo en nosotros que está todo el tiempo agarrándonos, y puede ser que nuestros corazones estén hoy más firmes y determinados, en lo que es de Dios, que antes. ¿Y por qué? No porque hayamos tenido más éxito o porque hayamos tenido menos fracasos y debilidades. No; más bien porque hemos aprendido la lección de nuestra propia debilidad. Sabemos hoy mejor que nunca "que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien" (Romanos 7:18). Y, sin embargo, lo que el Señor ha ganado en nosotros es hoy más fuerte y profundo. ¿Qué es esto? Es un misterio. ¡Oh gracias a Dios, es verdad! ¡Gracias a Dios por Su gracia soberana! Estas son las pruebas de que Él nos ha llamado a una gran vocación y de que no estará satisfecho, hasta que nos haya llevado al final de todo Su propósito. Quiera Dios que sigamos adelante, cualquiera que sea el costo.

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