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Discípulos en la Escuela de Cristo

por T. Austin-Sparks

Capítulo 4 - La Vida Divina, Ilimitada en el Tiempo y en el Espacio

Antes de abordar las próximas señales, sólo me gustaría añadir una sencilla palabra. Esto no significa que todo lo demás que fue dicho no es importante, sino que esto debe ser importante como al inicio de todo lo que dijimos.

Cuando hablamos mucho respecto de esta vida divina, no estamos apenas pensando en ella como algún elemento abstracto, sino en su verdadera relación con el Señor Jesús. El propio Señor Jesús es esta vida, y no podemos tener la vida sin tenerlo a Él. Esa vida no es algo separado de la persona del Señor Jesús, y yo me pondría muy triste si existiese cualquier pensamiento de que estemos hablando de alguna verdad llamada vida separada de la persona de Jesucristo. La vida es la forma cómo el Señor Jesús manifiesta Su persona; es la expresión de la Persona divina.

Esto es algo muy importante, pues sería muy fácil para alguna persona que quiera encontrar falla, poder decir: “Usted colocó la vida en lugar de la persona”. Bien, nos hemos salvaguardado contra esta acusación. Es la persona del Señor Jesús la que está en la mira, sin embargo, nosotros solamente podemos conocer esta persona por el Espíritu de vida, y el Espíritu Santo, que es el Espíritu de Jesús, es el Espíritu de vida. No es que algún elemento abstracto llamado vida sea Cristo, sino que Cristo personalmente es la vida.

Ahora, habiendo dicho esto, podemos ocuparnos de la segunda de las señales escogidas por Juan.

“Cuando vino a Galilea, los galileos le recibieron, habiendo visto todas las cosas que había hecho en Jerusalén, en la fiesta; porque también ellos habían ido a la fiesta. Vino, pues, Jesús otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Y había en Capernaum un oficial del rey, cuyo hijo estaba enfermo. Este, cuando oyó que Jesús había llegado de Judea a Galilea, vino a él y le rogó que descendiese y sanase a su hijo, que estaba a punto de morir. Entonces Jesús le dijo: Si no viereis señales y prodigios, no creeréis. El oficial del rey le dijo: Señor, desciende antes que mi hijo muera. Jesús le dijo: Ve, tu hijo vive. Y el hombre creyó la palabra que Jesús le dijo, y se fue. Cuando ya él descendía, sus siervos salieron a recibirle, y le dieron nuevas, diciendo: Tu hijo vive. Entonces él les preguntó a qué hora había comenzado a estar mejor. Y le dijeron: Ayer a las siete le dejó la fiebre. El padre entonces entendió que aquella era la hora en que Jesús le había dicho: Tu hijo vive; y creyó él con toda su casa. Esta segunda señal hizo Jesús, cuando fue de Judea a Galilea” (Juan 4:45-54).

La clave para este incidente está en los versos 52 y 53: “Entonces él les preguntó a qué hora había comenzado a estar mejor. Y le dijeron: Ayer a las siete le dejó la fiebre. El padre entonces entendió que aquella era la hora en que Jesús le había dicho: Tu hijo vive; y creyó él con toda su casa”.

Hay varias características para observar en esta historia, y la primera es que este hombre de Capernaum era un oficial del rey, y sin duda un gentil.

Entonces observemos su cortesía respecto al Señor Jesús. Él llamó “Señor” a Jesús: “Señor, desciende antes que mi hijo muera”; este era um título de honra y cortesía. Entonces observamos su resistencia en ofenderse con la forma en que el Señor Jesús le respondió. A veces parecía que Jesús respondía a las personas en una forma no muy amable. Vimos cómo Él respondió a Su madre en las bodas en Caná, cuando le dijo: “¿Qué tienes conmigo, mujer?” (Juan 2.4). En otra ocasión, cuando una mujer sirofenicia llegó con su problema, Él no pareció responderle de manera muy cordial. Y aquí está este hombre que viene de manera muy cortés y en gran dificultad, y Jesús simplemente dice: “Si no viereis señales y prodigios, no creeréis”. Sin embargo, si observamos más profundamente esas respuestas de Jesús, entenderemos por qué Él hacía esto. Algunas veces el Señor Jesús parece ser muy indelicado, pero Él no es realmente así, sino que entiende que algunas veces es muy necesario hacerlo antes de que pueda mostrar Su bondad, y es necesario para que estemos perfectamente claros que es apenas el beneficio que queremos, sino también a Él mismo. No es apenas fe en lo que Él pueda hacer por nosotros, sino fe en Su propia persona.

¿Queremos la bendición, o queremos al Señor? El Señor Jesús está siempre intentando hacer que lo queramos a Él, y esto es exactamente lo que aconteció aquí. El hombre dijo: “Señor, desciende. Es a Ti a quien yo necesito. No me iré sin Ti. Esta es una cuestión de vida o muerte”. El Señor Jesús vio que este era el espíritu de aquel hombre; que él no había ido a discutir motivos, o a discutir señales y maravillas, sino que estaba diciendo: “Señor, es a Ti a quien necesito”; y Jesús siempre responde a esto. Algunas veces Él parece ser descortés, pero es para ver si nuestros corazones realmente lo quieren a Él o a alguna bendición. Y con este hombre el resultado fue que Él mismo creyó, y toda su casa.

Usted observa que la palabra “cree” es usada aquí dos veces. Cuando Jesús dijo: “Ve, tu hijo vive”, está escrito que “el hombre creyó la palabra que Jesús le dijo, y se fue”, aunque está muy claro a partir del segundo uso de la palabra “creer” que aquel era un creer con alguna reserva o dificultad, o cuestión. Yo presumo que el hombre permaneció parado por un instante, y tuvo que hacerse a sí mismo una pregunta: “Ahora, si yo no hiciere lo que Él me dice que haga, entonces estaré en una situación desesperante. Es mejor que yo crea en lo que Él me dice. Me iré, y creeré que aquello que Él dice es lo correcto”. Sin embargo, él no estaba completamente comprometido. Hay un tipo de creer que no es un compromiso de todo corazón. Al final, sin embargo, dice: “Y creyó él con toda su casa”; Y esta es una fe completa, el tipo de creer que se entrega totalmente con todo lo que se tiene.

Bien, esos son aspectos y detalles que observamos a medida que avanzamos, aunque estamos lidiando realmente con esta cuestión de la vida y su naturaleza. No nos demoraremos mucho para llegar al punto principal de esta señal en particular. Es una característica muy importante de esta vida divina, aunque es muy sencilla. Basta con observar cuidadosamente la historia nuevamente. Hemos dicho que la clave de esta señal está en los versos 52 y 53, y es el factor tiempo. Era una hora de la tarde cuando Jesús dijo: “Ve, tu hijo vive”, y el siervo respondió: “Ayer a las siete”. El hombre sabia que aquella era la hora cuando Jesús dijo aquellas palabras. El día judaico comienza a las seis de la mañana y terminaba a las seis de la tarde, de modo que la séptima era una hora de la tarde.

Ustedes recordarán, tal vez, otras señales del tiempo en los Evangelios. Cuando Jesús le entregó Su Espíritu al Padre en la cruz; allí dice: “Cuando era como la hora sexta, hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena” (Lc. 23:44). Eran las tres de la tarde, cuando el sol debía estar brillando más fuertemente. Este factor tiempo es muy importante, especialmente en esta señal. El Señor Jesús dijo estas palabras a una hora de la tarde, y el hombre tenía que seguir su viaje, tal vez a pie, todo el camino de Caná a Capernaum. Él comenzó su larga caminata. Probablemente cuando el sol se ocultó a las seis de la tarde, Él no continuó su viaje, pues ellos no viajaban por la noche en aquel país. De modo que él se fue a algún lugar con el fin de posar por una noche, y reanudó su viaje por la mañana. Sus siervos vinieron a alcanzarlo. No sabenos exacta- mente qué hora era cuando ellos se encontraron, sin embargo transcurrió todo el resto del primer día, la noche, y un período de la mañana siguiente entre su encuentro con el Señor Jesús y este encuentro. Y había muchas millas entre las dos ciudades; bastante tiempo y una larga distancia; y la vida descartó todo esto en un instante. Todo el tiempo y todas las millas desaparecieron cuando Jesús pronunció Sus palabras. El milagro aconteció en el mismo instante en que Jesús pronunció aquellas palabras allá en Caná; la vida entró.

Al parecer la muerte había estado en operación en esta niña por algún tempo. La palabra griega que describe su condición está en el tiempo imperfecto, lo que significa que ella había llegado muy próximo de la muerte. La muerte estaba por llegar en cualquier momento. Cuando el hombre llegó y le dijo que: “sanase a su hijo, que estaba a punto de morir”, ella (la muerte) estaba casi para terminar su historia en esta niña. Así, el factor tiempo está presente aquí tanto como el factor geográfico. Jesús pronunció la palabra, y el tiempo y la distancia dejaron de existir para este caso. No haría ninguna diferencia si aquella niña estuviese seis mil millas distante, o si estuviese en Venus.

Esta vida divina es una vida no sometida al tiempo. Es vida eterna, porque ella está en el Hijo eterno de Dios.

Juan nos dijo, como vimos, que todo esto era para demostrar que Jesús era el Hijo de Dios. ¿Cómo sabemos que Él es el Hijo de Dios? Porque Él nos dio vida eterna.

Experimente esto en alguna otra persona; en el Krishna hindú, por ejemplo, o en otro dios de este mundo, y vea si funciona a media milla de distancia. Y vea cuánto demora en operar. Nunca opera, ni siquiera en el propio local. Sin embargo, nosotros en este local nos estamos beneficiando de las oraciones de centenares de intercesores, tal vez millares, a muchas millas de distancia. Si estamos conociendo algo de la presencia del Señor Jesús y de Su vida, es en gran parte debido a las oraciones de muchos, a muchos kilómetros de distancia. Por supuesto, esta es apenas una forma humana de exponer el asunto. No hay millas ni horas con relación al Señor Jesús. Su presencia significa que todas aquellas cosas continúan. Él es Dios, y una de las características de Dios es la omnipresencia. Él está en todo lugar al mismo tiempo.

Esto es algo que podemos poner a prueba. ¿Por qué nosotros oramos por personas del otro lado do mundo? Porque creemos que Jesús es mucho más que tiempo y distancia. Y Su pueblo que está conociendo la operación de la muerte puede recibir vida a través de nuestro contacto con el Señor aquí. Creo que nosotros, pueblo del Señor, y la Iglesia del Señor, no hemos usado lo suficiente de este gran valor de la vida. Debemos creer que las personas del otro lado del mundo están tan próximas a Él, como lo estamos nosotros. ¿Y cuán próximos de Él estamos? Él está más próximo que las manos y más cerca que la respiración.

Y Él es el mismo para todo Su pueblo, estén donde estuvieren. Yo digo que no demoraría mucho para llegar al punto principal de esta señal, pero ¡qué maravillosa señal es esta! Jesús sólo necesita decir una palabra y todo tiempo y distancia desaparecen. La fe de este noble hombre tocó al Señor Jesús, y Él la descubrió. Él puso esta fe a prueba. Él realmente dijo: “¿Hablas tú en serio? ¿Realmente tú confías en mí? ¿O estás tú detrás de señales y maravillas? ¿Realmente crees en quien soy Yo?” Todo esto está en este examen, y cuando este hombre creyó en Jesús, aunque haya sido de una manera débil, Él tomó aquella fe, que era apenas como un grano de la semilla de mostaza, y a través de esa fe desapareció la montaña de sus problemas.

El punto es que la fe siempre toca al Señor Jesús; la fe toca al eterno Hijo de Dios, al universal Hijo de Dios, el Hijo de Dios que es mayor que todo tiempo y toda distancia. Este es el significado de esta señal. Ustedes entienden, cuando realmente estamos “en Cristo”, para usar la frase de Pablo, somos siempre referidos como estando juntos, aunque podamos estar millares de millas separados. El Señor Jesús no nos mira como si estuviésemos en este país y en aquel otro país. Él mismo es el único país en este universo, de modo que dejamos nuestros países y nuestras propias nacionalidades cuando entramos en Cristo. Pienso que tal vez esto sea descubierto en el hecho de que este hombre haya sido un gentil. Los judíos eran exclusivos, y decían: “Nosotros somos el único pueblo, y nuestro país es el único país”. Jesús salió de sus fronteras y tocó al mundo exterior.

Este hombre era un representante de todas las naciones, pues él era un gentil. En el Señor Jesús cada división terrena es removida. En Cristo no hay británico, suizo, alemán, francés o indio. Él es sólo una nacionalidad, y esta es celestial. Él es sólo una única lengua, y ésta es espiritual. Él es la patria celestial. No importa lo que somos aquí, en Él estamos todos juntos como un hombre en Cristo. Todas las distinciones terrenas de lugar y tiempo desaparecen en Él. Podemos disponer de un buen tiempo para viajar en este mundo, pues los hombres piensan que es una cosa maravillosa viajar muchos centenares o millares de millas por minuto y llegar a la luna en poco tempo. Pero, amigos, en este exacto momento, en Cristo podemos tocar a nuestros hermanos a seis o siete mil millas de distancia.

Esto es un milagro. Mas aquí está la señal de este milagro. Esta vida en Cristo es vida eterna; no está encuadrada en el tiempo; ella no conoce espacio; todo es presente cuando Jesús está presente.

Vamos a regresar por un instante antes de que finalicemos. Juan nos dice que Jesús hizo esas señales “en presencia de sus discípulos” (Juan 20:30); y nosotros ya destacamos que en Mateo, Marcos y Lucas la palabra “discípulos” está en arameo y significa “aprendices”. Aprender a Cristo es aprender este gran secreto. Somos aprendices en la Escuela de la Eternidad, y tenemos que aprender lo que Cristo significa de esta manera. Naturalmente, conocemos algo al respecto. Algunos de nosotros hemos tenido experiencias muy reales de oraciones que han sido hechas a nuestro favor, a muchos centenares de millas de distancia, y que han sido respondidas en nosotros en el momento exacto en que fueron hechas. Es un asunto maravillosa aprender esto. Era esto lo que Jesús estaba enseñando a Sus aprendices. Ellos fueron capaces de decir: “Bien, esto es maravilloso. Aquí en un lugar Jesús dice una palabra, y es descubierto al otro día que en aquel mismo momento aconteció lo ordenado a muchas millas de distancia”.

Estoy muy seguro de que esta es una de las mayores riquezas que entró a la Iglesia al principio. Ustedes pueden verla en operación en el libro de los Hechos. Lo vemos en Cesarea, donde está un hombre gentil que estaba orando. Aquí abajo, en la costa de Palestina, en Jope, está otro hombre orando. Las oraciones de ambos fueron respondidas al mismo tiempo, y el resultado es que ellos se reúnen, y Jesús es glorificado.

Queridos amigos, ¿qué significa esto para nosotros? Ciertamente esto es algo que el Señor ha colocado en nuestras manos. Si Él es el carpintero y nosotros somos los aprendices, Él puso esta herramienta en nuestras manos, y nos está diciendo: “Vayan ahora y descubran las virtudes maravillosas del poder de esta vida divina que es ministrado a través de la oración”.

Hay mucho más en esta historia, pero procuramos apenas obtener lo principal. Pienso que el Señor nos reveló Su secreto, y es un maravilloso secreto para poseer. Nosotros no necesitamos estar solos, estemos donde estemos. ¡Oh, cómo algunos de los distantes queridos y sufrientes siervos de Dios están recibiendo ayuda del Señor por causa de las oraciones que hacemos aquí! Vamos a creer en esto y a usarlo. Vamos a traer gloria a Jesús de esta manera. Vamos a parar por aquí; pero si estas fueron apenas pocas palabras, que no se tardó mucho para decirlas, es una de las cosas más maravillosas que ha sido revelado por el Espíritu Santo. ¡Cuán grande es el Señor Jesús! No hay tiempo, sino de eternidad en eternidad. No hay limitación de lugar, sino en todos los lugares.

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