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El Ministerio Profético

por T. Austin-Sparks

PRÓLOGO

El ministerio profético se relaciona con la necesidad de que el propósito de Dios sea plenamente recuperado para su pueblo. Y eso fue, en síntesis, lo que la iglesia del primer siglo desarrolló, siendo marcada por la absoluta celestialidad, universalidad y señorío de Cristo operando por el Espíritu Santo.

Si bien es cierto que la función profética se relaciona con el propósito de Dios, el cual implica el conocimiento pleno de dicho propósito y la necesaria revelación en su co- nocimiento, también requiere que el profeta no solo diga su mensaje, sino que él mismo sea el mensaje. Y para ello son necesarios los tratos de Dios, que van a conseguir que el profeta no solo tenga un mensaje, sino también la vida que el mensaje proclama.

A través de los tiempos la historia se repite: la voz de Dios se olvida. Los profetas del Antiguo Testamento traían esa voz al presente y el Nuevo Testamento está lleno de esas citas. Los profetas eran hombres que veían; ellos veían lo invisible, lo intangible, lo eterno, lo de Dios, y esa vivencia, al ser transmitida, daba a su pueblo propósito de vida, unidad, firmeza, crecimiento, superioridad, poder. Por lo tanto, es una necesidad de todo el pue- blo de Dios. Pero contenerla requiere valor.

Además, la visión constituye vocación. Si la vocación está olvidada o tiene escaso al- cance, siempre se debe a que la visión es corta o sencillamente no existe. ¿Cuál era la vo- cación de Israel? Era expresar la presencia de Dios ante las naciones; y la de la iglesia, ex- presar el señorío de Cristo. Israel fracasó por falta de visión. La iglesia del primer siglo de- be sus victorias a su visión. Primero, tenía la facultad de ver, y segundo tenía un objeto al que mirar. El objeto, está resumido en las palabras de Esteban antes de ser muerto: “Veo el cielo abierto, y al Hijo del Hombre de pie a la derecha de Dios” (Hechos 7:56). Cristo es la visión, su persona exaltada y entronizada como Señor. ¿Y por qué el mensaje del profe- ta no es comprendido? Porque tiene un elemento que no gusta, esto es, a un Mesías su- friente que murió en una cruz y que ofrece a sus seguidores una cruz. Solo a través de ella se puede conocer al Señor y garantizar resultados.

Es la cruz la que nos introduce al Reino, el cual consiste en una nueva vida, una nue- va relación, una nueva constitución, una nueva vocación. El reino no es de esta tierra, es celestial; y el reino, que ya ha llegado al creyente, sigue llegando día a día, y es necesario sufrir violencia para seguir arrebatándolo. La vida nueva en el reino está completamente separada del Antiguo Pacto. Primero, porque en lo nuevo se revela que toda profecía apunta a Jesús (Apoc 19:10) cosa no revelada antes; segundo, que el Espíritu es el nuevo orden; y tercero, la necesidad de rendirnos al Espíritu. Esto marca el pacto nuevo, el Espí- ritu que está sobre nosotros y en nosotros.

Siendo Cristo la medida de todo, podremos comprender a los profetas que exigen santidad, pues verdaderamente lo que están pidiendo es a Cristo, ya que Él es Santo y, además, es solo el Espíritu quien reproduce a Cristo en nosotros. Lo peligroso en este tiempo es persistir en la falta de santidad y recurrir a nuestros pobres esfuerzos para con- seguirla, pues Dios nos la sigue ministrado gratuitamente por el Espíritu Santo si nosotros voluntariamente nos rendimos a su voluntad.

Este libro, escrito por el hermano Theodore Austin-Sparks es, sin duda, un valioso regalo de Dios para la iglesia de nuestro tiempo, y en esta fe es que lo ponemos a disposi- ción de los creyentes de habla castellana.

Equipo de Editorial Piedad

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