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El Ministerio Profético

por T. Austin-Sparks

Introducción

La función del profeta ha sido casi invariablemente la de recuperación. Esto implica que su ocupación se relaciona con algo perdido; un ‘algo’ absolutamente esencial al pleno con- tentamiento de Dios. La nota dominante del profeta era el descontento; y si a eso se agre- ga el que, por razones obvias, el pueblo no estaba dispuesto a seguir el camino del pleno propósito de Dios, el profeta solía ser una persona impopular.

Pero su falta de popularidad no era prueba de que estuviera equivocado o de que no era necesario, porque cada profeta era finalmente confirmado, aunque con gran sufrimiento y vergüenza para el pueblo.

Ahora, si es verdad que el ministerio profético se relaciona con la necesidad de que el pleno propósito de Dios para con su pueblo sea recuperado, ¡ciertamente este es un tiempo de tal necesidad!

Algunas personas honestas y celosas van a argumentar que todas las cosas están bien con la Iglesia de Cristo hoy. Una rápida comparación con los primeros años de vida de la Iglesia mostrará un vivo contraste entre aquel momento y los siglos siguientes.

Solo tome el tiempo de la vida de un hombre Pablo.

En el año 33 d.C., unos hombres desconocidos, tenidos por pobres e ignorantes, estaban asociados con un "Jesús de Nazaret" cuya sola mención era despreciable en las mentes de todas las personas respetadas e influyentes. Esos hombres, después de que aquel Jesús fue crucificado, fueron encontrados más tarde tratando de proclamar Su señorío y Su obra salvadora, aunque fueron tratados con dureza por todos los organismos oficiales. En el año en que Pablo murió 67-68 d.C. (34 años más tarde) ¿cómo quedó el asunto? Había iglesias en Jerusalén, Nazaret, Cesarea, Antioquía y toda Siria, Galacia, Sardis, Laodicea, Éfeso, y en todos los centros en la costa oeste a través de toda Asia menor; en Filipos, Tesalónica, Atenas, Corinto, y las principales ciudades de las islas y la parte continental de Grecia; Roma, y las colonias romanas occidentales, y en Alejandría.

La historia posterior de generaciones de empresas misioneras, miles de misioneros, gran- des sumas de dinero, inmensas organizaciones administrativas, y mucho más en publici- dad, propaganda, y promoción, no se comparan favorablemente con todo lo anterior. Ahora nosotros nos hallamos enfrentados con el fin de todo un sistema de misiones mun- diales y misioneros profesionales, ya que ellos han existido durante un período suficiente- mente largo de tiempo y el mundo aún no está evangelizado.

¿Hay una razón para ello? Sentimos o mejor dicho, sabemos qué es lo que hay. La expli- cación no está en una diferencia del propósito divino o de la buena voluntad divina para apoyar ese propósito. Está en la diferencia en la comprensión de la base, la forma y el ob- jetivo de la obra de Dios.

Alguna prueba de ello es reconocible en nuestro propio tiempo. En mucho menos que el tiempo de la vida de un hombre, en China, iglesias de carácter profundamente espiritual han surgido por todo ese país; cuatrocientas de ellas en pocos años. En el momento cuan- do el comunismo invadió ese país, un movimiento estaba en aumento, que no solo abar- caba a China, sino mucho más allá; y como resultado, iglesias activas se encuentran ahora en diversas partes del Lejano Oriente. Esta fue durante años una obra despreciada, perse- guida y condenada al ostracismo. Pero incluso después de que los movimientos misione- ros y las sociedades tuvieron que abandonar el país, esta obra prosiguió, y aunque con muchos mártires, todavía continúa. El hombre levantado por Dios está en la cárcel, pero la obra no ha sido arrestada.

El mismo tipo de cosa está sucediendo en la India, y en apenas algunos pocos años de la vida de un hombre que ha aprehendido a Dios, iglesias de carácter verdaderamente neo- testamentario han surgido por todo el país, y más allá de sus fronteras. La oposición es muy grande, pero la obra es de Dios, y no se puede detener.

¿Cuál es, de nuevo, la explicación?

La respuesta no se encuentra en el campo del celo o la devoción por la salvación de las almas. Más bien es la siguiente: que había en el principio el factor supremo de una aprehensión absolutamente original y nueva de Cristo y del eterno propósito de Dios con- cerniente a Él. Esta revelación por el Espíritu Santo vino con poder devastador y revolu- cionario a los apóstoles y a la Iglesia, y más que ser una "tradición transmitida de los pa- dres”, un sistema acabado, establecido y asumido como tal, fue, para cada uno de ellos, como si solo recién hubiera caído del cielo lo que, de hecho, era verdad.

Este movimiento de Dios, generado por una poderosa sustitución de todas las tradiciones y "antiguas" cosas, por una experiencia práctica de la Cruz, estuvo marcado por tres carac- terísticas:

(1) Absoluta celestialidad y espiritualidad,

(2) Universalidad, implicando la negación de todos los prejuicios, exclusivismos y parciali- dades, y

(3) Absoluto señorío de Cristo operado directamente por la soberanía del Espíritu Santo.

Todo esto estaba reunido en una tremenda y poderosa comprensión inicial y progresiva de la tremenda importancia de Cristo en el consejo eterno de Dios, y por lo tanto, de la Iglesia como Su Cuerpo. Cualquier cosa que corresponda a los resultados que caracteriza- ron el principio irá a significar – y significa – la razón de la sustitución de la tradición, del sistema establecido, de la institucionalidad, del clericalismo, mercantilismo, organizacio- nalismo, etc., por una pura, original y nueva conciencia del pleno propósito de Dios acerca de su Hijo.

Traer a la vista este pleno propósito de Dios era la esencia del ministerio de los profetas, y siempre será así. Nosotros no podemos hoy hablar de una clase especial como "profetas", pero la función puede aún estar operativa, y es la función la que importa más que el ofi- cio.

T. A-S.
Forest Hill, Londres.
Junio de 1954.

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