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Fortalecimiento de la Fe Mediante la Adversidad

por T. Austin-Sparks

Capítulo 5 - La fe con Relación a los Principios de Dios

“Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba. Por la fe Abraham, cuando fue probado, ofreció a Isaac; y el que había recibido las promesas ofrecía su unigénito, habiéndosele dicho: En Isaac te será llamada descendencia; pensando que Dios es poderoso para levantar aun de entre los muertos, de donde, en sentido figurado, también le volvió a recibir” (Hebreos 11:8,17-19)

Hasta ahora hemos hablado de manera muy general sobre estos asuntos relacionados con la fe; lo que Dios está buscando con el ensanchamiento, el establecimiento y la vida. Ahora daremos un paso más adelante y veremos estas cosas siendo obradas en la vida y en la experiencia de Su pueblo, individual y colectivamente, trayendo estas verdades a una aplicación práctica y a una relación con la vida. Por tanto, regresaremos primero que todo a la operación práctica de la verdad en la vida de Abraham. La vida de Abraham puede resumirse en cuatro cosas: fe con relación al propósito de Dios, fe con relación al principio de Dios, fe con relación a la paciencia de Dios, y fe en relación a la pasión de Dios. Esa declaración comprensiva cubre el curso y el significado completo de toda su vida.

EL PROPÓSITO DE DIOS AL LLAMAR A ABRAHAM

Sin necesidad de un comentario más ni una explicación extra, pienso que sabemos lo que fue el propósito de Dios al llamar a Abraham. Eso queda completamente claro en las mismas declaraciones que hemos leído en el Libro de Génesis. El Señor le dijo lo que iba a hacer con él y por medio de él; haría de él una gran nación y de él una multitud de naciones; aquí había un gran propósito, tener una simiente conforme al propio corazón de Dios. Abraham fue llamado a entrar a ese propósito. Pero el cumplimiento del propósito divino y del llamamiento –porque ya sabes que esa es la palabra que se usa: “Abraham cuando fue llamado”–, se encontraría en el área de muchas pruebas de fe.

LA SEÑAL DEL PACTO

Yo quería llegar de manera muy especial, en el presente, a la segunda de estas cuatro cosas: fe y el principio de Dios. Sabemos que en un cierto punto, en la relación de Abraham con Dios y en los tratos de Dios con él, se estableció una señal del pacto en la forma de un rito, que quedó indeleblemente registrado en su carne, y se convirtió en la señal del pacto para toda su simiente (cfr. Génesis 17:10-14,23-27). Esa señal del pacto o rito, se convirtió en el significado central de la vida de Abraham, el fundamento mismo de todos los pensamientos de Dios en lo que a él concernía. Su significado; porque después de todo era sólo una señal; Pablo deja completamente claro que esto no era un mero rito, sino un principio; el significado de esta señal o rito reunía en sí todo el significado de Dios. El principio de esta cosa había estado obrando en la vida de Abraham antes de que fuera formulado en un hecho definitivo, y continuó siendo aplicado en principio hasta el final de su vida; es decir, desde la introducción de Abraham a la plataforma de las actividades divinas. Además, corre no sólo a través de su vida, sino a través de toda la historia de Israel, y entonces es tomado en su significado espiritual en el cristianismo. El significado espiritual y el principio de ese rito es siempre el fundamento sobre el que Dios obra.

Se encuentra aquí mismo, en el principio, con la introducción de Abraham en nuestra propia historia conocida. “Por la fe, Abraham, cuando fue llamado...” Esteban dijo: “El Dios de la gloria apareció a nuestro padre Abraham cuando estaba en Mesopotamia” (Hechos 7:2); y tú recuerdas los términos del llamado. “Vete de tu casa, y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que Yo te mostraré” (Gé. 12:1). “Por la fe, Abraham siendo llamado, obedeció”, salió. El principio de la circuncisión comenzó a obrar ahí mismo, en ese punto. Era la renuncia básica de la fe por la que este principio empezó a ser puesto entre la vieja vida y sus relaciones, y esta otra vida completamente nueva, cortada, separada. Por un lado estaba el terreno del juicio –Ur de los caldeos y todo lo que eso significaba–, y por otro, el terreno de la justicia. Este es el completo argumento de Pablo sobre Abraham en su carta a los Romanos. Hasta ahora, en lo que respecta a la mente de Dios, pretendía ser un acto distintivo de separación del terreno del juicio al terreno de la justicia.

SEPARACIÓN DE UN PAÍS Y DE UNA PARENTELA

El libro de Josué nos dice que Abraham “servía a otros dioses” más allá del Eúfrates (Jos. 24:2). Excavaciones recientes en Ur han revelado mucho de los tiempos de Abraham, y entre todos estos descubrimientos, han salido a la luz los nombres de no menos de cinco mil dioses que eran adorados en ese tiempo por el pueblo de Caldea en Ur. “Vuestros padres adoraron a otros dioses más allá del río”. “Sal de tu país”. Por tanto, el significado es: Sal de toda otra forma y objeto de adoración, deja cualquier cosa o todas las cosas que estén compartiendo terreno con Dios, fuera de todo eso que disputa por los derechos de Dios; es decir, de todo el terreno que yace bajo el juicio.

La idolatría es un principio, no una forma. Cuando hablamos de idolatría, con frecuencia nuestras mentes evocan alguna forma de ídolos que adoran los paganos, ante los que se inclinan, o los iconos y las imágenes de un sistema “cristiano” falso; paganismo de cualquier caso, dondequiera que se encuentre. Pero la idolatría es una cosa muchísimo más grande que eso. Si había cinco mil dioses en Ur de los Caldeos, hay quinientos mil en el mundo. Están por todas partes. Están en tu corazón y en el mío, todo aquello que desafía al terreno de Dios, aquello que disputa por los derechos de Dios, aquello que comparte a Dios y a cualquier otra cosa. Eso es idolatría. Lo repito: es un principio, no sólo una forma. El principio de la circuncisión es tan sumamente más grande que un simple rito. Eso es lo que el Nuevo Testamento quiere dejar muy claro. Esto es mucho más que un rito en el cuerpo; es algo que alcanza a todo el ámbito de la carne, del hombre natural. “Vete de tu tierra”. Eso es tremendo, drástico y minucioso; no deja nada por fuera. “De tu parentela, y de la casa de tu padre”. Bien, Abraham comenzó desde su propio país, como sabemos, pero en lugar de cumplir completamente el mandamiento, él tomó consigo a su parentela y a la casa de su padre, y de esa manera, el viaje fue detenido. El hecho es que se mudaron a Harán, que seguía estando en Caldea, y así, todavía bajo el gobierno de estos dioses. Todavía se encontraban en el antiguo territorio, en la tierra del juicio, en el lugar donde los derechos de Dios eran desafiados y disputados. Y así, en esas circunstancias, Dios dijo: “No podemos proseguir hacia delante mientras queden restos de eso”. Y la partida nunca se produjo hasta que murió el padre de Abraham.

Ahora bien, esto puede representar muchas cosas, pero por el momento, quiero indicar que esto significa que no sólo somos llamados a dejar el mundo de forma objetiva. El mundo tiene que dejarnos a nosotros. Puedes tomar una determinada postura de forma externa con relación al cristianismo, pero puede que eso lo hayas llevado contigo en tu corazón todo el tiempo. Eso es lo que hizo Israel en el desierto. Dejaron Egipto pero Egipto no los dejó a ellos; Egipto estaba todavía en sus corazones, y estaban constantemente recordando a Egipto. Esto no tiene que convertirse en una profesión mecánica, en una asociación o atadura en lo externo a las cosas de Dios. Esto tiene que ser un asunto del corazón. La casa del padre, la parentela, las asociaciones sentimentales, las relaciones afectivas, las profundas conexiones hereditarias, todas estas cosas tienen que ser cortadas. Tiene que ser una renuncia drástica y fundamental. “Fuera de tu país... de tu parentela... de la casa de tu padre, a la tierra que Yo te mostraré”

ABRAHAM EN LA TIERRA

De este modo, Abraham avanzó después de la muerte de su padre. Pero todavía tomó parte de su parentela con él, algo que se convirtió en un constante estorbo para él hasta que la conexión fue cortada en extremo. Lot y su familia estaban con él. Sin embargo, finalmente se mudó de la tierra. Y Abraham se mueve por toda la tierra, pero sin llegar a poseer ni un ápice de la misma, todo el tiempo morando en tiendas; está en la tierra, pero sin llegar a poseerla.

UNA OBRA PROFUNDA DE LA CRUZ

¿Por qué? Pienso que por dos razones. Por un lado, todavía había una obra que hacer en Abraham; pero por otro, la tierra misma estaba llena de idolatría. Así que por un lado se encontraba la idolatría de Caldea, y por otro, la idolatría de Canaán; y en medio de todo ello, una espera, una larga espera, antes de que su semilla pudiera poseer la tierra. Ya sabes, Dios no está cumpliendo Su propósito íntegro mientras haya idolatría por doquier. Dios está estableciendo y sigue permaneciendo junto a su irrevocable posición: “Voy a serlo todo, o nada. Tanto si se trata de algo de Ur de los Caldeos o si se trata de algo de la tierra de Canaán, no voy a compartir nada con nadie. Así, Abraham, tengo que llevarte a un punto donde Yo sea tu todo, y no tengas nada más, antes de poder cumplir mi propósito íntegramente.

Ese es el principio de la circuncisión; o el rito del pacto. Es el registro de una obra muy, muy drástica de Dios. Pablo dice que es un tipo de la Cruz del Señor Jesús. Pone ambas cosas juntas y dice con bastante claridad que la circuncisión del Antiguo Testamento era sólo un símbolo de la Cruz del Señor Jesús, por medio de la cual, se consigue esta extrema separación entre toda la tierra en la que los derechos de Dios son desafiados o disputados, y la tierra en la que Dios lo es todo.

Ahora bien, puedes apreciar que el proceso y el progreso de esta aplicación de un principio era de afuera hacia dentro, algo cada vez más profundo hacia dentro. Vete de “tu país”. Eso puede ser algo muy externo, y sin embargo, es algo muy real. Desgraciadamente a veces tenemos que usar una frase que es una contradicción en términos –una frase que es muy, muy terrible, cuando piensas en ella a la luz de la Cruz del Señor Jesús– “cristianos mundanos”. Eso es una contradicción en sus términos. Desde el punto de vista de Dios, no hay tal cosa como un “cristiano mundano” o una “iglesia mundana”. Y sin embargo, de alguna forma u otra, esta idolatría que hay en el mundo puede asociarse a los cristianos, y los cristianos pueden asociarse con ella. Quizás, la mejor forma de poder hablar de ello sin entrar en detalles sea esta. Ya sabes que cuando el Espíritu Santo tiene permiso para obrar en una vida sobre el principio de la Cruz del Señor Jesús –es decir, nuestra muerte y nuestra sepultura con Él y nuestra resurrección con Él a novedad de vida–, cuando Él tiene permiso para aplicar el principio de la Cruz, ves toda clase de cosas comenzando a suceder espontáneamente en las vidas de a quienes les concierne. Al pasar el tiempo y querer seguir al Señor, puedes apreciar que están cambiando ciertas cosas, de las que al principio ellos apenas parecían ser conscientes. O quizás que están dejando ciertas cosas. Estas personas dicen: “El Señor me ha mostrado que Él no se agrada de esto ni lo aprueba”. El terreno que yace bajo el juicio está cayendo bajo la convicción del Espíritu Santo.

Ahora bien, como hemos dicho, este proceso comienza desde afuera. ¡Pero no pienses que has recorrido un largo camino cuando empiezas a hacer esa clase de cosas! Ese es sólo el principio: eso es simplemente dejar tu país. Hay mucho más que hacer todavía: pero no irás hacia delante hasta que eso haya sido hecho. Tiene que ser hecho. Puede que retengas al Señor en un pequeño asunto así; quizás un asunto de vestido; quizás un asunto de ficción. No es una posición muy avanzada cuando comienzas a tratar con cosas así; de hecho es bastante elemental. Pero no hagas nada sólo porque alguien te diga que lo hagas; eso es legalismo. Pide al Señor que Su Espíritu pueda obrar en tu corazón sobre el principio de la Cruz del Señor Jesús. Descubrirás que el Espíritu Santo estará escogiendo cosas silenciosamente, y habrá cambios.

Pero eso sólo es dejar tu país. El Señor está obrando desde lo externo hacia lo interno, acercándose cada vez más hacia el corazón. Él va a hacer presión con esta cosa cada vez más y más profundamente. De “tu país” hasta “tu parentela”; eso es acercarse, ¿verdad? Esas relaciones afectivas a las que nos aferramos. No voy a tratar con eso, pero muchas vidas han sido atadas por aferrarse a otras vidas, mientras que otras muchas vidas han sido libradas completamente al enfrentarse con algunas relaciones afectivas. Las tragedias de matrimonios cristianos desiguales; todo por una falta de disposición, todo porque en un momento dado no se trataran estos asuntos vitales referentes al terreno común del Señor, antes de que el pacto se introdujera. Por otro lado, cuando el cuchillo de la circuncisión se aplica a algo en ese ámbito, a alguna relación que no es del terreno común de Cristo, pero algo que está muy cerca del corazón, ¡qué maravillosa es la liberación que ha venido, incluso en medio de un gran sufrimiento! Pero todo esto está sujeto hasta que es hecho. Ese es el asunto en el retraso de Abraham; el propósito íntegro de Dios también estaba retrasado. Esto es aplicar principios de forma práctica.

Así, el Señor prosigue con Su siervo; y en la fase siguiente, ya está en la tierra. Él esta en la tierra, pero sin posesión, y esto representa un movimiento aún más interno del cuchillo. ¿Había algún tipo de mezcla en el corazón de Abraham? No es de nosotros decir que sí, no nos corresponde a nosotros juzgarle; pero por causa de ciertas cosas que surgieron, y a las que me referiré en breve, me pregunto, ¿había después de todo, en su corazón, alguna mezcla de ambición con relación al llamado divino? “A la tierra que te mostraré: Y haré de ti una gran nación... y un gran nombre”. ¿Se introdujo el pensamiento en su corazón, “me gustaría ser una gran nación, me gustaría ser alguien grande”? No estoy culpando a Abraham de nada, pero en un momento, en el paso siguiente, verás que hay alguna clase de justificación para hacer este tipo de cuestionamientos. En cualquier caso, podría haber habido alguna clase de interés personal, algún pensamiento de auto-realización, asociado a su acto de obediencia.

Ahora bien, si era cierto o no en el caso de Abraham, sabes muy bien que en nuestra relación con las cosas de Dios, se introduce una gran cantidad de interés personal. Qué historias tan patéticas pueden contarse de la tragedia de la ambición en el ámbito de las cosas de Dios. He tenido recientemente una asociación cercana y dolorosa con un caso así: alguien entró en lo que llaman “el ministerio”, se casó con una mujer que era tremendamente ambiciosa de su marido, y que intentó hacer todo para empujarle hacia delante. Finalmente terminó obsesionado con la idea de ascender. Ahora bien, ese hombre comenzó con un sentido muy real de las cosas divinas. Estaba asociado muy de cerca con Oswald Chambers en el apogeo de su ministerio, y tuvimos mucha comunión con él en las cosas del Señor. Y entonces, por causa de la ambición de su mujer y de él mismo, se dispuso a subir y a subir. Llegó al clímax de una de las denominaciones más grandes, y recibió el honor en el grado más alto por parte de una conocida universidad con motivo de su trabajo. Hoy día, habiendo conseguido todo, ese hombre no tiene seguridad de su salvación. Es una completa ruina mental, física y espiritualmente. He pasado con él largas y terribles horas tratando de ayudarle, tratando de que su fe se pusiera en marcha de nuevo, para que siquiera pudiera seguir creyendo en Dios.

Esa es la ambición en el ámbito de las cosas de Dios. Puede que digas que he usado un caso extremo: pero puedes ver que comenzó de una forma muy simple en un momento dado –alguna oportunidad de ventaja en el ámbito de las cosas de Dios– y eso llevó al paso siguiente. Ahora bien, Dios no podrá tener nada de eso delante de Él con relación a Su propósito íntegro. Guardémonos de la ambición delante de Dios: puede ser una terrible, muy terrible trampa. Al final, puede significar la frustración de todo lo que Dios se había propuesto con nuestras vidas. Recordemos que Cristo “no estimó el ser igual a Dios” (Fil. 2:7).

¿Fue la larga espera de Abraham, entre los dos mundos, por decirlo de alguna manera –el mundo del pasado y el mundo de la promesa–, fue esta marcha por todas partes, este vivir en tiendas, fue el método de Dios para presionar el principio de la circuncisión aun mucho más profundamente, con respecto a este asunto del corazón dividido, para cortar realmente los lazos restantes, para sacudir los últimos fragmentos de cualquier clase de interés personal? Si eso es cierto, entonces se trata de algo que se introduce muy profundamente, ¿Verdad? Considera el asunto de la paciencia. Si hay algo que pueda matar a una cosa como la ambición, y que pueda matarla en extremo más que ninguna otra cosa, eso es ser retenidos esperando. No hay nada que discipline más nuestros motivos que ser mantenidos en suspense, ser dados a conocer lo impacientes que somos, y cuánta paciencia necesitamos. Abraham tuvo que ser llevado a unidad con la paciencia de Dios. De este modo, la espada estaba entrando en su alma, y escudriñando todos sus intereses personales.

Pero para que veas que no estoy en absoluto imputando algo malo a Abraham, llegamos a esta crisis suprema, la de Isaac. Isaac se convirtió en el tema porque por él se introdujo la espada más profundamente que nunca. “Toma a tu hijo, tu unigénito, a quien amas, a Isaac, y ofrécelo...” (Gé. 22:2). ¿Puede haber algo más interno que eso? No, Dios ha llevado el asunto a su aspecto más profundo. Pero ¿por qué? ¿Cuál es la explicación? Sabemos que en principio y en figura, Dios está trayendo a este hombre a la comunión con Él mismo en Su propia pasión, la ofrenda de Su propio amado Hijo único. Sí, pero hay otro factor. ¿Recuerdas cuando el Señor hablaba un día a Abraham, lo que Abraham dijo al Señor? En efecto, le dijo: “Sí, todo eso está muy bien, ¿Pero qué me darás si ves que no tengo hijo, y que mi heredero no es mi hijo?” (Gé. 15:2-3 parafraseado). “¿Qué me darás?” Dios le dio a Isaac, pero incluso así, este elemento de “dame” tenía que ser destruido; Dios tenía que destruir el “me”. Así, Abraham fue llamado a entregar de vuelta a Dios, fue llamado a terminar eliminando el último fragmento de su “yo/mi”. Y es entonces cuando recibió de nuevo a Isaac. Ya no quedaba en él más de “mi/yo” en absoluto.

Ahora bien, creo que vemos lo que Dios quiere, lo que Dios persigue. ¿Dónde estamos? Puede que haya alguien leyendo esta palabra que todavía no haya dado la primera respuesta al llamado de abandonar lo que corresponde a su país. Todavía estás en el terreno en el que Dios no tiene Su lugar en tu vida, en el que otros señores tienen dominio, en el que el principio de la idolatría está de alguna manera funcionando, manteniéndote ajeno a dar la respuesta al llamado divino. Déjame que te diga esto, que aquello a lo que Dios te llama es nada menos que el gran vasto propósito de Dios en Cristo. No estás llamado a ser simplemente un cristiano. No eres llamado a decir “Acepto a Cristo como mi Salvador”, y a hacer lo que otros llamados cristianos hacen. Eres llamado con un enorme e inmenso llamamiento, que aunque sólo comienza en el tiempo, alcanza y se extiende a todos los tiempos por venir. Ese es el llamamiento al que eres llamado.

Abraham, mientras emergía finalmente, en su vida aquí en la tierra, para entrar a aquello de lo que estoy hablando, es sólo una figura de eso. Cuando Dios dijo a Abraham: “Tu simiente será como las estrellas de los cielos y como la arena del mar”, y le habló de la “tierra que Yo te daré”, tuvo su cumplimiento literal; pero es sólo una figura. Es un tipo, como muestra el Nuevo Testamento, de algo mucho más que eso. Su cumplimiento íntegro es en Cristo; así, el Apóstol Pablo lo deja claro. Somos llamados en Cristo al cumplimiento de un gran propósito eterno; pero nada de esto es posible hasta que hayamos respondido al llamado por primera vez: “Sal de tu tierra”.

Puede que tú, que lees, hayas respondido ya. Ya no estás en el mundo, en ese sentido. Has hecho un gesto, un movimiento y has avanzado con el Señor y después te has parado, quizás porque todavía queda algo de lo que no estás dispuesto a separarte. Así, podríamos tomarlo paso a paso, hasta la aplicación final.

Pero tomando todo junto, mi punto es el siguiente. ¿Nos hemos quedado cortos algunos de nosotros? ¿Hemos hecho realmente esta renuncia fundamental y completa? Puedes ver que hay mucho más aquí de lo que aparenta haber. El Señor Jesús dijo algo drástico: “Cualquiera de vosotros que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo” (Lucas 14:33). ‘Renunciar a todo lo que posee’. ¿Por qué? Podéis ver, queridos amigos, que si hay algo menos que eso, eso es darle a Satanás lugar en nuestras vidas. Es dividir cosas con Dios. Es decir, en efecto, ‘el Señor no lo es todo’. Hasta que no sea ‘Nadie ni nada más que el Señor’, es vida cristiana peligrosa. Nuestra vida cristiana está en peligro. El Señor dice: ‘Por tu propia seguridad, por tu propio futuro eterno, y para el cumplimiento de Mi propósito, Yo debo serlo todo. No puedes tener dioses ajenos además de Mí. No debes tener nada en absoluto que comparta el territorio conmigo’. Escucha a Pablo, a quien hemos citado anteriormente: “20... como siempre, ahora también será magnificado Cristo en mi cuerpo, o por vida o por muerte. 21Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia...” (Fil. 1:20.21). El principio de la circuncisión es simplemente este: que Dios tiene todo el terreno y no queda nada que lo dispute con Él.

UN ACTO DE FE

Darle a Dios ese terreno implica un acto de fe. “Por la fe Abraham...” Dios no va a darte nada que socave la fe. Él dirá: ‘Mira aquí, no te estoy diciendo nada al respecto’. Será ‘a la tierra que Yo te mostraré’. Abraham “salió sin saber a dónde iba” (He. 11:8). Dios no le había pintado una imagen prometedora. Hasta ese momento, Dios no había definido ni descrito la herencia. Simplemente le dijo: “Te lo mostraré; tú simplemente sigue adelante. Te lo mostraré. Cuando hayas dado el paso, te lo mostraré”. Mientras tanto, el principio de la fe era el principio de sin saber, sin saber, sin saber... Su actitud era, “lo creo, habiéndome llamado Dios, Dios sabe que vale la pena llamarme a hacer tal renuncia, y eso es todo lo que yo quiero saber”.

Dios no hace nada de esto para meternos en una trampa, para engañarnos, para robarnos nada, para quitarnos nada, para disminuir nuestras vidas. Dios hace esta clase de cosas porque Él es el Dios de ese propósito que tiene Él exclusivamente, cuyo fin, cuyo objetivo, no es otra cosa que la plenitud. Eso es todo lo que yo quiero saber. Esta es la fe en Dios; fe que cree eso, sea lo que sea que signifique el paso. Pero Dios quiere decir aun más. “Por la fe Abraham... obedeció... salió... sin saber...”, pero esto era la fe. “Dios me ha llamado, y yo creo que Dios nunca llama sin algún propósito real, justificado”. Si cuesta, la compensación ha de ser muchísimo mayor; debe serlo, porque Dios es lo que Él es.

Te pregunto: ¿Han sido tus dioses de Caldea dioses así? ¿Han satisfecho tus requisitos? ¿Te han satisfecho realmente? Aferrándote a una cosa concreta, o a algunas cosas, ¿encuentras realmente contentamiento? Si eres honesto, tendrás que decir: ‘No’.

De este modo, apresurémonos hacia ese punto en el que podamos decir: “¡Sólo el Señor! Por la gracia de Dios, sólo será el Señor. No va a ser un movimiento tras otro y después una parada. Será por la gracia de Dios, todo el trayecto, hasta el objetivo de Dios, sin reservas; el Señor siendo todo”. Dejemos que Él haga que eso sea real. Como he dicho, si Dios alguna vez dice algo, puedes creer que hay muchísimo más detrás de lo que Él dice, de lo que aparenta. Debemos mirar a la Biblia de esta forma. Si encontramos en la Biblia una declaración o requisito, un mandamiento o una exhortación, delante de la cual dice que hay que hacer algo o que hay que dejar de hacerlo, jamás deberíamos quedarnos ahí. Deberíamos decir: ¿Por qué? o ¿Por qué no? ¿Qué es lo que Dios tiene en mente cuando dice eso? Dios no está simplemente dando pequeñas reglas y normas para nuestra vida en nuestros lugares comunes. Detrás de todo lo que Él dice, Dios tiene Su conocimiento pleno de la inmensidad de todo ello. Hay una razón tan inmensa detrás de lo mínimo que Dios diga. Es tan grande como Dios mismo. Por eso necesitamos preguntarnos: ¿Qué es lo que hay detrás de esto? Tenemos que preguntar, en un espíritu no de cuestionar, sino de búsqueda y de entendimiento: ¿Por qué he de hacer esto? Hay una gran respuesta a ese ‘¿Por qué?’ Puedes tomarlo como que, si Dios llama, la razón de ello será tan grande como Dios mismo; algo que nunca podrás abarcar.

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