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Hombres Cuyos Ojos Han Sisto al Rey

por T. Austin-Sparks

Capítulo 2 - El Poder y la Presencia del Señor Jesucristo

“Porque no nos hemos dado a conocer el poder y la presencia de nuestro Señor Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas, sino como habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad. Pues cuando él recibió de Dios Padre honra y gloria, le fue enviada desde la magnífica gloria una voz que decía: Este es mi Hijo amado, en el cual tengo complacencia. Y nosotros oímos esta voz enviada del cielo, cuando estábamos con él en el monte santo. Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestro corazones” (2 Pedro 1:16-19).

“Los profetas que profetizaron de la gracia destinada a vosotros, inquirieron y diligentemente indagaron acerca de esta salvación, escudriñando qué personas y qué tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, el cual anunciaba de antemano los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos. A éstos se les reveló que no para sí mismos, sino para nosotros, administraban las cosas que ahora os son anunciadas por los que os han predicado el evangelio por el Espíritu Santo enviado del cielo; cosas en las cuales anhelan mirar los ángeles” ( 1 Pedro 1:10-12).

En nuestra meditación precedente vimos que la palabra “presencia”, usada aquí por Pedro, y por otros escritores, es una palabra que vincula la transfiguración con la segunda venida del Señor Jesucristo. La frase se traduce correctamente “poder y presencia “ –la presencia. Como usted puede ver, esa palabra se aplica a la transfiguración: la presencia del Señor Jesús en majestad, en poder, en gloria. Esa misma palabra se usa, y en la misma manera con relación a Su segunda venida. Se refiere a ella como “presencia”, Su “estar presente”; y sabemos que aquella presencia, en verdad, será en poder, majestad y gloria. Si esos son los fenómenos acompañantes de la presencia del Señor Jesús, como evidentemente lo son, cada vez de nuevo – indicaremos algunas de estas ocasiones en la medida que continuemos– si éstos son los fenómenos acompañantes de Su presencia, entonces el efecto –no solamente en la transfiguración y su significado, y en el advenimiento final, sino en cada ocasión de la presencia del Señor Jesús–, tiene que causar un impacto sobre la situación, las condiciones, el lugar donde Él esté presente.

EL IMPACTO DE LA PRESENCIA

Hay aquí, en el Monte de la Transfiguración, un impacto. Los tres hombres que estaban allí en Su presencia cayeron sobre sus rostros con gran temor. El Señor Jesús tuvo que acercarse a ellos y poner Su mano sobre ellos, y decir: “Levantaos, y no temáis” (Mateo 17:7). La presencia del Señor Jesús destruirá toda nuestra propia fortaleza, toda nuestra sabiduría natural, todo nuestro orgullo, toda nuestra impetuosidad. Pedro –y otro evangelista, que da un informe sobre el asunto, nos cuenta esto–. Pedro dijo: “Maestro, bueno es para nosotros que estemos aquí; y hagamos tres enramadas...” El evangelista añade: “No sabiendo lo que decía” (Lucas 9:33). Aquí está otra vez en su propia impulsividad, entremetiéndose en esta situación, poniéndose de portavoz, y manejando la situación, con el deseo de organizar y perpetuarla, y aprovecharla. En la versión de Mateo, en el griego, dice: “Yo haré aquí tres enramadas...” “!Yo”, -es decir, Pedro–, no sabiendo lo que decía”, en verdad, probablemente con las mejores intenciones; sin embargo, el Cielo tuvo que reprenderle y ponerle en su lugar, y esto era una experiencia devastadora, tanto para él como para sus compañeros.

Desde un punto de vista, es una cosa gloriosa ver Su Majestad; desde otro punto de vista, siempre es una cosa temible, esto es, para la carne, para la vida natural. No pode- mos entrar en esto y mantenerlo, aprovechándolo para nuestro placer y satisfacción. Hay un impacto en esta experiencia; eso es el punto. Esto nos marca. Si oramos por, y buscamos –y por Su gracia seguramente lo haremos– una nueva visión del Señor exaltado, tenemos que estar preparados a bajarnos extremadamente, y llegar a tener todas nuestras propias energías naturales vaciadas; para darnos cuenta de que la Majestad no demanda otra cosa que el que nos postremos sobre nuestros rostros. Ese es el lugar apropiado para estar cuando estamos delante de Él.

Fue una cosa tremenda cuando Esteban vio a su Señor en majestad y gloria. Lo sobrellevó a través de la horrible experiencia del martirio, de ser quebrantado, arrojado y matado, con todo el odio y la malicia que era vertida por aquellos que crujían los dientes y arremetieron contra él. Fue una gloriosa aparición para Esteban ver al Señor en gloria, como le sucedió; pero fue una cosa tremendamente devastadora por lo menos para un hombre allí. Más aun, podemos decir que fue devastador para aquella nación; pues en lo que estaban haciendo, solamente confirmaron una vez más lo que habían hecho a ese mismo Hombre, ya en la gloria. Otra vez, es impacto. Lo que estoy tratando de decir es, no que tales cosas caracterizan una visitación o una visión, sino que nunca podemos realmente ver al Señor, y estar en la presencia del Señor, sin saberlo, y sin que algo ocurra, sin que sea tremendamente eficaz.

Saulo de Tarso vio al Señor glorificado, y nadie disputará el hecho que hubo un impacto en aquella ocasión. Juan le vio a Él; cuando estuvo en Patmos vio al Señor glorificado, y cayó al suelo; así era. Y, sin que importe las consecuencias y los efectos, queríamos decir: “Que sea así, vale más que este estado ineficaz de impotencia, desamparo y debilidad en que nos encontramos tan frecuentemente”. El efecto de la transfiguración, esto es, de ver al Señor glorificado, siempre es algo tremendo.

EL HECHO DE LA TRANSFIGURACIÓN

Ahora, aquí en su epístola, Pedro afirma el hecho de la transfiguración. Él la pone en contraste con lo que llama “fábulas artificiosas”, –informes astutamente fabricados, cualquier cosa meramente fingida o imaginaria. Él dice: ¡Esto es un hecho! Estuvimos con Él, vimos, oímos. Además, dice, esto se ha confirmado abundantemente, “tenemos también la palabra profética más segura” –probablemente se refiere a lo que dijo en el pasaje de su primera epístola que hemos leído. Todos los profetas señalaban a eso, al sufrimiento y la gloria que ellos encontraron en el Monte de la Transfiguración, cuando Moisés y Elías le hablaron a Él de la cruz, Su “éxodo” a punto de cumplirse en Jerusalén. El sufrimiento y la gloria se encontraron allí en aquella montaña. Pedro dice que todos los profetas indicaban eso, buscando y escudriñando para saber qué tiempo indicaban sus profecías sobre los sufrimientos y la gloria del Señor. Él dice que los profetas diligentemente indagaron. Y, enseguida, lo corona todo diciendo: “Son cosas que anhelan mirar los ángeles”. Él dice: “!Lo hemos conseguido –hemos visto su cumplimiento! ¡Estuvimos en el Monte, y lo hemos visto realizado todo desde entonces acá!. Vivimos a la luz y el poder de aquella mezcla de sufrimiento y gloria, gloria y sufrimiento. La palabra de los profetas se ha confirmado, tanto en el evento como en nuestra historia, desde ese evento; todo se ha confirmado”.

Probablemente Pedro quería decir más, pero por lo menos quería decir eso. No es la interpretación completa, sino una parte. Lo que procuro subrayar aquí es el hecho que Pedro mismo confirma que el evento se había realizado. Pero, cuando Pedro añade su palabra profética “más segura”, notas que lo lleva más allá del evento, de aquella ocasión histórica en el monte. Se ha añadido algo a esto, algo añadido a lo que podríamos llamar (si se nos permite llamarlo así) “incidente”. ¡Incidente poderoso! Algo más –se ha hecho “más seguro” en nuestro caso. ¿Qué es?

UNA REALIDAD INTERIOR

Bien, precisamente esto, que es tan real en los otros casos; no era solamente algo delante de los ojos de Pedro (y los otros); era algo que le ocurrió a él, y después entró en él. Es verdad que ocurrió el evento, el acontecimiento, en cierto tiempo y lugar definido. Pero, además, algo ocurrió dentro de Pedro. Usted tome nota del contexto inmediato: él habla de su partida.

“14Sabiendo que en breve debo abandonar el cuerpo, como nuestro Señor Jesucristo me ha declarado. 15Yo también procuraré con diligencia que después de mi partida vosotros podáis en todo momento tener memoria de estas cosas” (2 Pedro 1:14-15).

Ha llegado al final de su vida, al final de su ministerio; pero algo ha acontecido que le ha sobrellevado a través de todo. No es algo que haya quedado en la memoria como una experiencia objetiva, sino que algo ha ocurrido dentro de él.

Esto es más que una doctrina, más que una teoría, aun más que algo en la Sagrada Escritura. Ver al Señor hace algo “dentro de” nosotros. Podemos conseguir la “verdad” acerca de cualquier cosa y de todo, toda la verdad que está disponible acerca del Señor Jesús mismo –Su nacimiento, Su vida, Sus obras, Sus palabras, Su muerte, Su resurrección–, todo lo que hay; podemos tener toda la “verdad” acerca de la Iglesia, y cuánto hay disponible. Podemos tenerlo todo, saberlo todo –que no falte nada nuevo para saber acerca de esto; y cualquier otra cosa que usted quiera mencionar en las Escrituras-, y, aun así, el hecho puede quedar como si nada hubiese ocurrido dentro de nosotros como un resultado. Me permito preguntarte: ¿Qué ha significado todo tu conocimiento acerca de la Iglesia, como un “acontecimiento” en ti para efectuar algo, para ponerte en una nueva posición, con una comprensión completamente nueva, que haya revolucionado toda tu vida, de manera que toda una especie de cosas es suprimida totalmente como vacía, y entras en otro orden celestial? Así es como debe ser. La verdadera comprensión espiritual no tiene que ser meramente algo frente a nosotros – tiene que ser algo dentro de nosotros. Así fue en el caso de Pedro, y podemos trazar las huellas de esto en su vida.

Fijémonos otra vez en Pablo, su gran contemporáneo. Aquí tenemos el hecho que en el camino a Damasco, Jesús se le apareció en gloria –“una luz que sobrepasa el resplandor del sol”–. Era “alguna cosa” tremendamente objetiva que estuvo delante de él; le hizo caer en tierra como desde afuera. Pero, como tú sabes, cuando habla la experiencia después de años, dice: “agradó a Dios... revelar a su Hijo en mi “ (Gálatas 1:15,16). No fue solamente a él –fue algo dentro de él. Toda la vida y el ministerio del apóstol Pablo estuvieron basados y brotaron de ese doble evento, a él y en él. Y la majestad del Señor Jesús llegó a ser algo interior en él, y por lo tanto una cosa tremendamente efectiva . La respuesta a los críticos, que dicen que Saulo de Tarso estaba en una enajenación mental, y por eso fue dominado por una histeria terrible, y empezó “a ver cosas”, y se imaginaba que eran verdaderas, y que esa es la explicación psicológica de la conversión de Pablo –la respuesta es su vida de perseverancia, sufrimiento, servicio y amor; y su muerte por causa de su testimonio. Tú no seguirías un camino como este basado en un sueño, una imaginación, una histeria. Me atrevo a decir que una muy pequeña porción de lo que Pablo tuvo que encarar durante los treinta años de su ministerio, noquearía de histeria a la mayoría de los hombres. No, algo aconteció en su interior; la visión hizo algo en él, también como algo a él.

Y así podríamos continuar con otras personas, como Juan, quien vio al Señor en Su gloria. Pero ya es suficiente. La cosa le ocurrió a él, pero ocurrió dentro de él. En verdad, fue un evento; pero también fue un proceso permanente. Pues a lo largo de sus vidas, aquello fue algo creciente –la grandeza maravillosa del Señor Jesús. Ellos no lo captaron todo de una vez, ni aún en el maravilloso evento, sino que a través de sus vidas, aquel algo poderoso que les aconteció, era una realización creciente. Jesús, en toda la grandeza de Su persona y posición glorificada, estuvo dominando todo su horizonte y el entero curso de sus vidas.

EL PRINCIPIO DE LA VISIÓN ESPIRITUAL

Bien, eso nos introduce al principio de todo el asunto, que abre un campo muy extenso, en el cual podríamos movernos por un largo tiempo. Se trata del principio de la verdadera visión espiritual en el interior. No en el sentido “visionario”, sino visión interior, que es específica, que es definitiva. Las visiones pueden ser muy abstractas, pero lo que queremos decir con “visión”, visión espiritual, es muy concreto; es muy específico. Está enfocada una Persona, y esta poderosa Persona no es una abstracción. No hay nada irreal o imaginario cuando vemos al Señor Jesús.

Consideremos todo este asunto, tú y yo, y el pueblo del Señor, como dijimos antes, en nuestras distintas localidades, nuestras distintas situaciones, distintas experiencias; esparcidos, tentados y oprimidos, necesitamos algo muy poderoso para sostenernos hasta el final. Las cosas se están poniendo muy ásperas, ¿verdad? La mayoría de nosotros nos damos cuenta de que nos encontramos en un espantoso conflicto espiritual, y la vida cristiana no se está haciendo más fácil. Está llegando a ser tremendamente difícil meramente aferrarnos y continuar, permaneciendo particularmente victoriosos. Esa era la situación cuando Pedro escribió su carta.

Bien, necesitamos más que palabras, y más que ensueños para salir airosos. Nuestras vidas cristianas tienen que basarse en esto: “He visto al Señor”. Solamente saldremos bien, si eso es verdad. Por la operación y actividad del Espíritu Santo, enviado del cielo, tenemos que tener una visión interior del Señor exaltado. Es esencial para toda perseverancia, y para todo servicio. La vida ha de continuar, y sin eso es precisamente un estorbo; es mera existencia. Sin aquella visión interior, la labor o servicio no tiene nada para levantarnos, para llevarnos adelante. Para todo - vida, labor y perseverancia- es indispensable que tengamos esa visión interior del Señor en majestad y gloria, preservada fresca, preservada clara, y reanimada continuamente. Con tal visión, toda la esencia de efectividad se resume.

UN SENTIDO DE PROPÓSITO

En primer lugar, lo que todos necesitamos, lo que la Iglesia necesita como un todo, y lo que cada parte de ella necesita, es que seamos dominados por un poderoso sentido de propósito: que haya algo por lo cual vivimos, y algo para lo cual trabajamos, y algo por lo cual persistir y continuar; un verdadero propósito maestro en nuestra existencia. Si tú investigas este asunto en el Nuevo Testamento, encontrarás que estos hombres y la Iglesia fueron introducidos en este propósito clave. Estamos tan familiarizados con la palabra misma, que ha perdido su música en nuestros oídos –“el propósito eterno”–, “llamados según Su propósito”. Ellos fueron gobernados por este objetivo, este blanco, este algo hacia el cual estaban siendo movidos, atraídos, constreñidos, urgidos y asidos; que cada vez de nuevo, cuando estaban abatidos, y todo parecía desesperado, revivía en ellos, y les revivificaba, y les restablecía. No era una mentalidad, ni una teoría, ni una idea, sino lo que Pablo llama “el poder que opera en nosotros” –“Según el poder que opera en nosotros”. Allí el vocablo “opera”, como sabes, es aquel del cual obtuvimos nuestra palabra ”energizar” –“el poder que nos energiza”. ¿Qué es?

Mira de nuevo, y verás que tenía que ver con aquel grandísimo fin, que Dios había fijado en cuanto a Su Hijo, el Señor Jesús, en majestad universal y gloria y plenitud.

Ellos habían visto algo de eso en Él. Se había constituido el gran propósito que ligaba sus vidas, y les conducía a un sentido en que la vida no está vacía ni falta de significado; tiene un gran fin: Vemos lo que es –concierne al Señor Jesús. También nosotros debemos tener aquel sentido de propósito, no sea que fracasemos en nuestro progreso. No sólo era “cierto” propósito, sino que esta visión interior espiritual daba el estímulo a la vida. A través de días y años de agotamiento y enflaquecimiento, cansancio y desengaño, acerca de muchas experiencias de desilusión y quebranta- miento, no es difícil perder el incentivo, y se puede uno preguntar, ¿vale la pena? ¿Justifica el esfuerzo? ¿No gastamos nuestra fortaleza en balde? Necesitamos incentivo. Era esta comprensión de Cristo –quien pasó por ese camino de cansancio y asolamiento y triunfo, y habiendo sido glorificado, y ahora presente en gloria–, lo que les proveía el incentivo, suministraba a la vida un estímulo, un motivo, un poder.

PODER DE COHESIÓN

Además, en esta visión hay el efecto de cohesión. Una visión es algo muy cohesivo; es decir, tiene el poder de atraer a la gente en unidad, manteniéndolos juntos, haciéndoles un pueblo “unido“, en tal forma que progresan juntamente; ellos compar- ten una visión. La gran ilustración de esto es Nehemías y el pueblo contemporáneo de él, con su visión única. Considera tú toda la variedad de gente, y la variedad de dones y calificaciones; se menciona toda clase de artesanos y profesionales; cada ambiente de vida; pero forman un solo pueblo, una unidad firme, meramente porque tienen una misma visión. Aquel muro y la reedificación de la ciudad dominada el corazón y la mente de cada uno, y les juntaba en una unidad maravillosa. No hay otra manera de tener unidad, que realmente ver al Señor Jesús, y enfocarse a Él en el trono, encima de todo, sobre todo. Eso nos reunirá.

He dicho que lo que todos necesitamos es el poder de perseverar, y es precisamente en este punto, como hemos visto, que Pedro introduce la transfiguración. Él habla de
–“sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero...” (1 Pedro 1:7)– la prueba de vuestra fe. Muchas tentaciones; él enfoca la visión como el poder para perseverar y continuar a través de todo. Se nos dice que Moisés se sostuvo ”como viendo al Invisible” (Heb. 11:27). Este es el poder.

Ahora bien, tú puedes ver esto desde el punto de vista opuesto y contrario. ¡Considera los efectos de la pérdida de visión! No importa cuántas otras visiones el pueblo del Señor pueda tener, tan pronto pierden la visión del Señor mismo, como Señor de todo, como en el trono, ¿qué acontece? Pierden su sentido de propósito; pierden su conocimiento de un verdadero objetivo en su existencia. Entonces, para continuar necesitan substitutos para esa visión; pero estas cosas se gastan y desengañan. La perdida de visión siempre resulta en la pérdida de estímulo, de un verdadero incentivo para la vida.

En la misma forma, vale para este asunto de cohesión, coordinación: Si se pierde la visión, el resultado siempre es desintegración, división, separación, confusión y pérdida de fuerza y estabilidad. No es un asunto de teoría o técnica; es la pura verdad. Algunos de nosotros sabemos -y eso es la razón por la que hablamos de esta manera ahora mismo– que cuando un pueblo verdaderamente ha sido agarrado por la visión del trono, la majestad del Señor Jesús, la autoridad de Cristo, un sentido maravilloso de propósito viene sobre aquel pueblo, y un estímulo maravilloso, y una unidad maravillosa: es un pueblo unido.

El trono lo ha hecho, y su comprensión de aquel trono. Y cuando otras cosas ocupan el lugar del Señor –cualquier cosa que tú quieras mencionar– entonces comienza la disgregación. Más pronto o más tarde ésta empieza, y también la confusión, el desaliento, la perdida de estímulo y propósito. La respuesta a cada necesidad de nosotros, es una verdadera visión interior del Señor Jesús en el lugar de autoridad y gobierno y majestad, tanto en lo personal como colectivamente. Así fue antaño, y así es ahora.

CUATRO ELEMENTOS PRINCIPALES

¿Notas cómo esta transfiguración era la confirmación y el cumplimiento de toda la enseñanza? Mira de nuevo el registro de la transfiguración en Mateo 17. ¿Qué tenemos? Tenemos los cuatro elementos principales de la fe cristiana y de la vida cristiana.

1) LA PERSONA DEL SEÑOR JESÚS

“Viniendo Jesús a la región de Cesárea de Filipo, preguntó a sus discípulos, diciendo: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? Ellos dijeron: Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías, o alguno de los profetas. Él les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (Mateo 16:13-17).

“Tu eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. ¡Creo que en este caso, se pudiese decir que otra vez Pedro no sabía de qué estaba hablando! Era una declaración tremenda: “¡Tú eres el Mesías, Tú eres el Mesías! Ambos, el ”Cristo” y el “Mesías”, quieren decir “el Ungido”, y como tal, el Hijo del Dios viviente. Aquí está el hecho básico del cristianismo –la Persona del Señor Jesús. Para un hombre como Pedro, un judío versado y saturado en el Antiguo Testamento y la historia hebrea, decir eso significaba mucho más que lo que nos damos cuenta. ¡Piensa tú en las cosas tremendas relacionadas con la palabra “Mesías”!

Había tres grandes conceptos del Mesías en Israel. a) El primero lo encontramos en la primera parte de las profecías de Isaías –el “Hijo de David”–, la simiente y el Hijo de David. Tú te acordarás de la profecía de Isaías acerca del “vástago de Isai” (Isaías 11:1). Eso era el primer concepto del Mesías que vendría, el Ungido, que tomaría posesión del Trono de David, y todo lo que esto encerraba.

b) En la segunda parte de Isaías, el Mesías es el Siervo sufriente de Jehová; Rey- redentor, Redentor-Rey; e Isaías 53 es precisamente el centro de ese concepto del Mesías. Vemos el trono y la redención, y cómo se desarrollará.

c) Encontramos el tercer concepto del Mesías que vendría en el libro de Daniel, capítulo 7. Es un pasaje muy maravilloso.

“Estuve mirando hasta que fueron puestos tronos, y se sentó un Anciano de días, cuyo vestido era blanco como la nieve, y el pelo de su cabeza como lana limpia; su trono llama de fuego, y las ruedas del mismo, fuego ardiente. Un río de fuego procedía y salía de delante de él; millares de millares le servían, y millones de millones asistían delante de él; el juez se sentó, y los libros fueron abiertos. Miraba yo en la visión de la noche, y he aquí con las nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre, que vino hasta el Anciano de días, y le hicieron acercarse delante de él. Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido” (Dn. 7:9,10,13,14).

Eso era su Mesías que vendría: Rey, Salvador, Señor reinante por toda la eternidad, en soberanía universal. Cuando Pedro dijo: “Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios viviente”, todo eso estaba incluido en la declaración. Por tanto, Jesús dijo: “¡No te lo reveló carne ni sangre. Mi Padre conoce el significado de lo que es el Cristo, el Mesías, el Hijo, y de eso se trata!”

Bien, he incluido eso, solamente con la intención de procurar revivir este concepto de la grandeza de nuestro Señor Jesús; para ayudar a fijar la visión. Mi deseo, cuando hablamos o leemos de eso, es que tú veas que tu Señor Jesús no es un pequeño y derrotado señor, derrotado en las manos del gran enemigo. Solamente cuando tenemos tal concepto y comprensión de Su Persona, saldremos bien triunfantes.

2) LA IGLESIA

La segunda cosa es la Iglesia. La Persona siempre conduce a la Iglesia, en secuencia divina. “Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella” (Mateo16:18). ¿Por qué? Precisamente por esa razón. Es Su Iglesia, la Iglesia de este Único a Quien es dado el Reino y el trono; delante de quien todas las naciones se inclinarán. La Iglesia es la incorporación de la visión del Señor exaltado. Si eso es verdad, la hará a ella una gran Iglesia, una Iglesia poderosa. Si Éste Único –Éste del monte de la transfiguración, Éste de la visión de Esteban, de la visión de Pablo–, si Éste Único, por el Espíritu Santo enviado del cielo, es incorporado en la Iglesia, entonces ¡qué Iglesia, qué Iglesia! ¿Es esta la Iglesia con la cual estamos familiarizados? ¿Hemos entendido verdaderamente qué representa el término mismo “iglesia”, la incorporación de Él mismo como Señor de todo?

3) LA CRUZ LA TERCERA COSA ES LA CRUZ.

“Desde entonces comenzó Jesús a declarar a sus discípulos que le era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas; y ser muerto, y resucitar al tercer día” (Mateo 16:21). “Porque acontecerá que el Hijo del Hombre será entregado en manos de hombres“ (Lucas 9:44).

¡Su cruz maravillosa! Me gusta ese pensamiento, esa idea, que cierto escritor expresó hablando de Cristo “gobernando y reinando por Su Cruz”. No cabe duda que es asimismo. Lo que parecía humanamente todo lo contrario –derrota y fracaso, pérdida y desesperanza, debilidad y desamparo–, se ha demostrado en la historia como la fuerza más potente en el universo –la cruz del Señor Jesús. Antes de su conversión, Saulo consideraba la cruz como el símbolo mismo de oprobio, de afrenta, algo despreciable, algo para odiar. Con posterioridad dijo: “Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo” (Gálatas 6:14). Desde la vergüenza hasta la gloria. La transfiguración transfigura la cruz. En otras palabras, la visión del Señor glorificado transfigurará nuestros sufrimientos, y completamente transformará juntamente todas nuestras aflicciones. Vemos lo que realmente la cruz significaba en la mente de Dios.

4) LA VENIDA DEL SEÑOR

La cuarta cosa es la venida del Señor. “Porque el Hijo del Hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno conforme a sus obras” (Mateo 16:27).

El punto es éste, que la transfiguración era la corona y confirmación, el complemento de todas aquellas cuatro cosas. Era la corona de la Persona. Pedro había dicho: “¡Tú eres el Cristo!” Bien, el monte de la transfiguración dio buena evidencia a ese hecho cuando le vio transfigurado. El Señor le había dicho: “Yo edificare mi Iglesia”. El monte de la transfiguración dio buena esperanza para aquella Iglesia, si Él, Aquel Único, la iba a edificar. Como el Señor hablaba de la cruz, el monte de la transfiguración habría de dar una interpretación completamente nueva y diferente de la cruz. Como Él ha hablado de Su venida en la gloria de Su Padre, el monte de la transfiguración lo explica, lo demuestra.

Sí, ver al Señor de tal manera glorificado, es la confirmación de nuestra entera fe; y la seguridad de nuestro triunfo con Él. El Señor nos dé una nueva visión de Sí mismo, de Su Poder, de Su majestad y de Su presencia.

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