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Hombres Cuyos Ojos Han Sisto al Rey

por T. Austin-Sparks

Capítulo 3 - Nuestra áncora- El Amor de Dios en Cristo Jesús

“¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas? ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros. ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Como está escrito: Por causa de ti somos muertos todo el tiempo; somos contados como ovejas de matadero. Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo porvenir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Ro. 8:31-39).

DESPUÉS DE LA EXPERIENCIA DE LA VISIÓN

Nuestros corazones han sido dirigidos a nuestro Señor Jesucristo glorificado, como el objeto y la inspiración de la vida cristiana, perseverancia y servicio. Nosotros lo hemos visto a Él en el monte de la transfiguración, y hemos visto un poquito de lo que esto significa para los hombres que estaban con Él, por el resto de sus vidas, y lo que Cristo glorificado significa para todos aquellos que, en diferentes ocasiones, formas y lugares, lo han visto a Él en Su gloria –Esteban y Pablo y, aun más tarde, Juan.

Juan, hablando muchos, muchos años más tarde de la sola impresión que quedó en él de aquel tiempo que pasó con nuestro Señor Jesucristo, la suma de lo cual es expresado en una frase maravillosa que aparece entre paréntesis en su evangelio; pero ¿ha habido jamás un más importante y hermoso paréntesis?

“Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:14). Lo que ellos vieron, cuando vieron a nuestro Señor Jesucristo en Su gloria, fue la manifestación de la gracia de Dios.

Esta porción de la carta de Pablo a los Romanos, que acabamos de leer al comienzo, me parece a mí que es la forma en la cual Pablo describe lo que él vio en el rostro de Jesucristo. Después de haber pensado mucho en esta parte de la Palabra, la impresión que me ha venido a mí en este punto, es que hacia esto es a lo que el apóstol estaba trabajando durante todo el camino; esta es su liberación. Él ha estado llevando a cabo una pieza de arduo trabajo; él se ha propuesto un gran tratado; y es que desde ese tiempo ha derrotado a todos los grandes pensadores, en sus esfuerzos de desentrañar esta carta e interpretarla. Esa es la sensación que tú tienes cuando la lees y llegas a este punto. Y ahora el apóstol dice: “Ahora, ¿qué es esto? Déjeme decirle lo que he estado por decir todo este tiempo, lo que realmente he tenido en mi pensamiento; déjeme descargar mi corazón”. Y él lo hace aquí, en “estas cosas” a las cuales él se refiere. ¿Qué, pues, diremos a esto?” De todas estas cosas que él ha estado diciendo, ¿cuál es el resultado? ¿Qué es lo que nos señala? ¿Cuál es la suprema significación e implicación de todo lo que he estado diciendo? Y él responde su propia pregunta, y libera de su corazón esta cosa que ha estado allí, apurando todos sus esfuerzos y todo lo que ha emprendido. Es esta grandiosa, muy grandiosa revelación del amor de Dios en Jesucristo.

Yo digo que él ha estado trabajando con este propósito. Es un proceso doloroso. La primera parte de la carta, como tú lo sabes, se ocupa de esta dolorosa y también desagradable necesidad –la exposición del pecado. Pablo lo hace a fondo; él va por todo el mundo de los gentiles y nos da, no una figura exagerada, sino una terrible figura del pecado. No hay ningún lugar en la Biblia donde el pecado en su terrible estado, sea mejor expuesto que en la primera parte de esta carta. Es un terrible cuadro del pecado humano en su estado natural. Y él procede del mundo gentil al mundo judío, el mundo de Israel. Desde luego que -el pueblo de Israel- escogido, elegido, llamado, separado y habiéndosele dado tanto depósito divino, confianza y revelación, tenía que tener la Ley. Tú no necesitas de la fuerza policíaca en un estado perfecto; tú no necesitas leyes si es que no hay desorden. El hecho de darle la Ley, dice Pablo, es sólo otra prueba que, en el caso del pecado, los judíos no son mejores que otras personas. “Por la ley, el pecado es manifiesto”. Yo he hablado de la fuerza policíaca. La mera presencia de un policía dice de la existencia de lo malo en el mundo; la mera presencia de la ley indica que hay desorden. Y desde luego que Israel no es mejor que el resto. El pecado es universal; el pecado está en cada criatura; pecado es el estado de toda la creación. Es una terrible exposición, descubrimiento, pero esto es muy necesario. Yo estoy muy seguro que cuando Pablo llegó al final de esto, él exhaló un suspiro de alivio; él estaba contento de sobrepasar esto, y pasar a otra cosa mejor que esta. Es realmente lo que él deseaba.

ABUNDA EL PECADO, SOBREABUNDA LA GRACIA

Tú ves ese punto de vista. Esto es detrás de lo cual él estaba. !Él debe hacerlo! Y Dios nos hará conocer del pecado, la realidad del pecado, lo terrible del pecado; el pecado debe llegar a ser una cosa terrible para nosotros, antes de que podamos apreciar la gracia de Dios. Ninguno que haya visto poco o nada de la pecanimosidad del pecado en su propio corazón, apreciaría jamás la gracia divina. Grandes dolores, entonces, se han apreciado en esta carta para exponer la realidad y la naturaleza del pecado, y de sus efectos; no para que traiga condenación, no para que la gente se sienta miserable, sino para que nos lleve a la gracia de Dios, para engrandecer la gracia divina. Así es que el apóstol dice: “donde abundó el pecado” –y vemos que abundó sobre los gentiles y los judíos, sobre toda la raza, sobre todo el mundo; una gran ola nos ha cubierto e inundado toda la creación–, donde el pecado, como el gran océano, se extiende, abundó, ¡la gracia sobreabundó! ¡La gracia fue más grande que la grandeza del pecado!

Así es que finalmente él llega a esto: “¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?” Es una cosa maravillosa; y, como tú bien puedes ver, cuando el apóstol cataloga estas cosas que son un verdadero peligro para la esperanza y la vida y la oportunidad de suceso, está hablando aquí de su propia experiencia e historia. Muy reales y terribles cosas son las que cataloga aquí. Sobre “¿tribulación..?” Pablo conoció algo acerca de la tribulación; la tribulación en su expe- riencia fue una cosa realmente verdadera. “¿O angustia...?” Sí, hemos encontrado a Pablo más de una vez angustiado; angustiado sobre el estado espiritual de sus amados convertidos, y las iglesias. A los Tesalonicenses les habla dos veces de sus dolores de parto por ellos; su angustia. “¿O persecución ...?” Pablo conoció bastante acerca de esto. “Hambre...” Él nos dice que tuvo hambre; “desnudez...” Sí, en desnudez; “o peligro, o espada...” Y como si esto no fuera suficiente, “muerte, vida, ángeles, principados, cosas presentes, cosas por venir, poderes, alturas, profundidades, y (él dice: Yo no puedo continuar enumerando y analizando más) ninguna otra cosa creada; esto lo cubre todo. Yo estoy persuadido que no hay nada en la creación –todas estas cosas enumeradas o alguna otra que tú desees agregar a estas–, ninguna de estas cosas nos separará del amor de Dios que es en Cristo Jesús“. ¡Esto es gracia!

¡El pecado no necesariamente nos debe separar del amor de Dios! ¿Crees tu esto? El pecado no tiene que separarte del amor de Dios, porque en Romanos 8 dice que Uno murió. “Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros”. Por lo tanto, el pecado no necesita en este terreno, y, por este motivo, no nos puede separar del amor de Dios.

EL ANCLA

Ahora, ya sea que nosotros individualmente experimentemos todas las cosas mencionadas aquí, o no, el hecho es que hay una gran cantidad de cosas complejas que son dadas por las fuerzas del mal, con el objeto de separarnos del amor de Dios. Sufrimiento, angustia, persecución, muerte y aun vida –por cuanto la vida puede ser una cosa terrible para algunas personas–. Muchas cosas que nosotros experimentamos, son sólo mandadas por estas fuerzas del mal en todas partes, para decirnos que el amor de Dios no es una realidad; que Dios no nos ama; esto es una prueba positiva; ¡esta es la evidencia! En esta tormenta, cuando los vientos soplan de cada esquina, cuando todos los elementos están en contra nuestra, necesitamos un ancla; nosotros necesitamos algo que nos sostenga.

No hay duda de la devoción de Pablo hacia el Señor. Él sabía en su propio corazón que no había controversia entre él y el Señor. Él no tenía la menor idea de que pudiera estar en rebeldía contra el Señor o el estar en una posición contraria a la voluntad de Dios ya conocida. Todo su ser estaba fijo y dirigido hacia el beneplácito de su Señor, para estar agradándole –y él lo sabía. Y a la vez, con esto en su corazón, Pablo está confrontando todas estas cosas: su ministerio está siendo desacreditado; su nombre está siendo difamado; es sospechoso adonde quiera que va; él se mueve en todo el mundo en una atmósfera de sospecha y ostracismo, y no sólo en el mundo, sino también entre cristianos; él no es amado universalmente, inclusive en las iglesias que han tenido su existencia por medio de su ministerio. No, esta cosa se ha expandido, como un vapor horrible, en todas partes, para de alguna forma destruir a este hombre y a su ministerio; y no serían pocos aquellos que estarían contentos si estuviera muerto. Él lo sabía; y en estas muchas cosas que él expresa, se encontró casi a diario en su vida.

¿QUÉ VIO PABLO EN EL ROSTRO DE CRISTO?

Un hombre, o un cristiano, encontrándose con cosas así, necesita un ancla. Cuando las cosas te golpean, y la congoja te sobrelleva, tú necesitas un ancla. Tu ancla no será auto-vindicación –o auto-justificación–; no llegarás a ninguna parte en esa línea; tu ancla no será ni aun tu propio sentido de justicia. La única ancla que sostendrá en todo esto es el amor de Dios por ti. Tú puedes cometer errores; y siempre estamos equivocados cuando pensamos en Pablo o cualquier otro apóstol que no haya cometido errores. Yo solía sentir esto cuando era joven, y era algo terrible el permitirme pensar que Pablo podía estar equivocado, o que algún otro apóstol pudiera estar equivocado o cometer algún error. Yo pensaba que estos hombres debían ser infalibles. Oh no, somos nosotros los que estamos equivocados cuando tomamos esa actitud. Pablo cometió errores, y él cayó en dificultades por sus errores; pero aquello por lo cual él salió de esto fue el amor de Dios, el cual no cambió cuando yo cometí errores. El amor de Dios no me deja cuando yo yerro. Cuando fallo, tomo malas decisiones, tomo malas direcciones, tal vez diga cosas equivocadas –eso no rompe el cable entre mi alma y el ancla de Su amor; ¡lo sostiene! 38Por lo cual estoy seguro (seguro que ninguna de estas cosas, ni ninguna otra cosa creada que se pueda mencionar) nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro”.

EL EJEMPLO DE ISRAEL

Eso es lo que Pablo vio en el rostro de Jesucristo. Por esto las palabras de Juan fueron: “Lleno de gracia y de verdad”. Pablo ha certificado esto; en verdad, esta es su gran certificación. Pecado –sí, horrible, terrible, despreciable, malvado, cruel; infidelidad por parte de Israel; partiendo de la intención divina –sí (porque, después del capítulo 8, tú sabes que él nos da una sección inmediata; los dos o tres capítulos siguientes son una sección para ellos mismos para ilustrar ese punto), pero esto no hace ninguna diferencia al amor divino–. Pensemos en esto por un momento, en esta sección que él pone para ilustrar su punto. Israel: “¿Ha desechado Dios a Su pueblo? En ninguna manera” (11:1). Es uno de sus nueve “en ninguna manera” en esta carta. Sí, pero mira lo que Israel ha hecho; mira al Calvario, mira a su obra; mira a Esteban, mira a su obra; mira a lo que ellos están haciendo en todas partes –¡Israel!

Sí, ellos pueden estar bajo juicio; ellos pueden estar sufriendo por su pecado, su maldad, su iniquidad; deben haber sido apartados de su dispensación como instrumentos de Dios, debido a su infidelidad. “Pero”, dijo el apóstol, “esto no ha terminado el amor de Dios por ellos”. Juicio en este mundo, y en esta vida, nunca es prueba de que el amor de Dios se haya acabado; tal vez sea la misma prueba de Su amor. Es mejor para nosotros el sufrir cuando hacemos mal, para poder descubrir algo nuevo de Su amor por medio del sufrimiento. Me atrevo a decir que muchos de nosotros hemos venido a lo poco que hemos comprendido del amor divino, a través del darnos cuenta de nuestras propias faltas, y a lo que ello conduce. Pero Israel es una gran ilustración; y aun así, una compañía espiritual del Israel natural será hallado en el Reino, y en la Iglesia. Dios no se ha lavado las manos de ellos eternamente como un pueblo, y no ha dicho: Ningún judío, ningún israelita tendrá otra oportunidad. No es así. Tan malos como hayan sido, y hayan hecho lo que hayan hecho, Él ha puesto Su amor sobre ellos, y Su amor mantendrá la puerta abierta.

Pero ya tú ves el mensaje. “¿Quién nos separará del amor de Dios? ¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros” –y esto es cómo es Él para nosotros, y dónde está Él por nosotros, y cuándo Él está por nosotros, y sobre todo Su amor. ¿Qué podemos decir? Bien, después de hacer esta barrida inmensa de amor divino, y luego ilustrado con Israel en esta forma tan impresionante, él responde su pregunta, su interrogación, diciendo: “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional” (12:1). ¿Qué podemos decir? La respuesta no es con palabras sino con hechos -que presentéis vuestros cuerpos, por las misericordias de Dios”. Ese amor tan sublime, tan divino, demanda nuestras almas, nuestra vida, nuestro todo.

“Señores, queremos ver a Jesús”.

¿Qué estás tú buscando? Esto es lo que tú deberías ver cuando ves a Jesús –el amor de Dios en la faz de Jesucristo.

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